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GP HungríaMemorias de Hungría 2003: Fernando I de España nos puso en el mapa

No es el cómo, sino el qué. No es el cuándo, sino el por fin. No es el final de un camino pedregoso, sino el principio del camino. Nada ha sido igual desde aquel fin de semana de agosto de 2003, cuando Fernando Alonso Díaz se convirtió en Don Fernando I de España.

5 min. lectura

Publicado: 24/07/2014 09:00

Permitirán los lectores que el “Memorias de” en esta ocasión no cuente una historia curiosa de una carrera de Fórmula 1, ni cómo ocurrió todo un domingo de gran premio. Lo que aquí leerán es cómo sintió quien escribe, a sus catorce años, lo que sucedió en la decimotercera prueba del año 2003, un fin de semana de agosto. Abrazado a un ferrarismo que nació con Schumacher, avanzaban las temporadas disfrutando de la Fórmula 1 con españoles en escuderías modestas, como meros invitados a una fiesta donde eran otros los que se bebían las mejores copas y ligaban con las mujeres más bonitas.

Marc Gené y Pedro de la Rosa apenas habían rascado algún punto y esa temporada no eran pilotos titulares. Representando a nuestro país conducía, con Renault, un joven de 22 años llamado Fernando Alonso. En las cinco primeras carreras ya había conseguido la primera pole de la historia de nuestro país y tres podios, los primeros para España desde el que lograra en 1956 Alfonso de Portago. El cuarto podio y la segunda pole se resistieron, pero llegaron meses después, demostrando que la espera había merecido la pena.

Fernando Alonso salía desde la pole en el Gran Premio de Hungría, un circuito donde arrancar en primera posición era media victoria. Como un penalti, que significa medio gol, celebré la pole conseguida por Alonso en el Hungaroring, aperitivo del plato grande que llegaría el domingo. Sin tirar de hemeroteca poco podría comentar de la carrera, más que el recuerdo extraño de ver a mi piloto favorito, un alemán pentacampeón montado en un coche rojo, siendo doblado por un español . Pero el corazón sí podría dictar perfectamente lo que sentí cuando la última vuelta llegó a su fin.

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Sin amigos ni familiares aficionados a este deporte, la alegría se mezcló con lo complicado que resultaba explicar lo importante que era aquello que veían nuestros ojos: un piloto nacido en nuestro país viendo el primero la bandera a cuadros en una carrera de la máxima categoría del automovilismo. Nadie a mi alrededor comprendía la magnitud de aquello que para muchos era una simple carrera de coches de colores como otra cualquiera y, entre saltos y aplausos, me dio bastante igual. Un joven español había ganado un gran premio de Fórmula 1, y mis ojos lo habían visto por fin. Eso no me lo quitaba nadie.

El circo de la Fórmula 1 sabía finalmente

que nosotros también podíamos ganar carreras, y eso era suficiente. Esa

victoria supuso un récord, ya que Alonso era el piloto más joven en ganar. Dos

años tardó en repetir triunfo y luego vinieron los dos mundiales del propio

Alonso y todo lo demás. Serán otros y el tiempo los que muestren si se ha

aprovechado correctamente la herencia de un bicampeón nacional, pero nunca

podremos agradecerle lo suficiente lo que ha significado para este deporte en

nuestra tierra. Quizás nunca volvamos a ver a un compatriota ganando, pero

allí, aquel 24 de agosto de 2003, había empezado todo tal y como lo conocemos ahora para nosotros.

Era el fin de un camino pedregoso sin pilotos punteros y era el inicio de un ciclo victorioso que aún mantiene vivo el ovetense. Fue el día en el que Fernando Alonso pasó a ser Don Fernando I de España. El día que Alonso puso a nuestro país en el mapa.

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