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Virutas F1Experimentos sin gaseosa

La frase es atribuida al escritor Eugenio D’Ors i Rovira. En una celebración entre amigos, pidió al camarero de un bar una botella de champán. El barman erró, le tiró el espumoso por encima, y el escribano acuñó su lapidaria frase.

Experimentos sin gaseosa
La Fórmula 1 está jugando con fuego con tanto cambio de formato.

11 min. lectura

Publicado: 28/04/2023 13:30

«Los experimentos, con gaseosa». Eso fue lo que soltó D’Ors ante el dislate de ver la bebida celebratoria desparramada por la mesa y su camisa. Y esto es lo que piensan muchos, puristas o no, con los cambios de formato del fin de semana en la cúspide de la velocidad… que deberían hacerse con gaseosa, y no con champán.

La Fórmula 1 es grande por diversos motivos, y uno es la estandarización de su dinámica interna. Coches que se entrenan, que se clasifican, y que luego compiten para ver quien es primero y último. Todo el mundo comprende lo de la parrilla, lo del mejor tiempo, y que gana el que primero llega y el último fue el menos rápido. En el momento en que se introducen cambios hay que tener mucho cuidado para no desvirtuar los elementos básicos, los pilares sobre los que se sustentan los principios de su esencia. Velocidad, riesgo, tecnología, imprevisibilidad, y competición.

Crecer si, pero con sumo cuidado, nos vaya a pasar como a la ACB

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Así es como el tenis, el golf, el fútbol o el baloncesto han perdurado en el tiempo: cambiando poco o nada su tronco y solo podando un poco las ramas, y de vez en cuando. Los de las raquetas derivaron en pádel, bádminton, o partidos de dobles, pero el tenis sigue siendo el tenis. El golf premia los hoyos en uno, hay diversas modalidades más o menos celebradas, llegó el fútbol sala, y el 3 contra 3 del básquet goza de cierta aceptación. Pero ninguna de estas especialidades ha ido a menos porque no renunciaron a sus principios fundacionales, apenas han cambiado.

Desde que llegó Liberty Media, y con la bendición de FIA y el aprobado —a regañadientes— de las escuderías, se está mutando el ADN de la Fórmula 1 con el riesgo de restar valor a su producto estrella: el Gran Premio. Esto ya se habló cuando llegaron las clasificatorias al sprint. Cuando se trajeron no se hablaba de puntos, luego llegaron estos premios, más tarde unos cuantos más… experimentos.

Para experimentar, para invertir las parrillas, para otorgar puntos los sábados, y para las probaturas ya hay otras categorías que las digieren mejor, como son la F2 y la F3. No es condenarles a ser la insabora gaseosa del negocio, sino otorgarles la función de que igual que se prueba a pilotos, se les use de conejillos de Indias del negocio. Esto no es rebajar su calidad, ni ser irrespetuoso para con ellos, sino que la locomotora que tira de su negocio es lo de la cúspide, y si se cae lo de arriba, acabará arrastrando a lo de abajo.

La Fórmula 1 vive un momento dulce, ¿querrá ir demasiado lejos?

Pasamos de cuatro jornadas a tres y no perdió su esencia. Llegó la clasificatoria a una vuelta única, y se desechó por sosaina, y se volvió más o menos a lo anterior. Pero desde que llegó Liberty, se han acelerado procesos que de manera habitual se disparan ante dos situaciones: apañar un problema, o crecer e ir a más. La Fórmula 1 goza de una magnífica salud, con un calendario creciente, audiencias en aumento, interés inusitado por destinos diversos, y un público que agota las entradas meses antes de cada carrera.

Muy rara vez, por no decir nunca, había disfrutado de una salud semejante, así que para taponar vías de agua queda claro que no es. La conclusión obvia es que todos estos cambios son para ir a otra cosa. ¿Qué cosa puede ser? Crecer, más negocio, más dinero, y obviamente, más carreras. Las madres, que por norma general son muy listas, tienden a comprar ropa de mayor talla a sus hijos que andan dando el estirón, y parece que la jugada de los Sprint Shootout obedece a esto.

De momento, diga lo que diga Bernie, la nueva propiedad le ha sentado más bien que mal al negocio de la velocidad. Si los comienzos fueron quizá algo titubeantes, su gestión durante la pandemia ha sido modélica; salvaron un par de años complicados a más no poder con beneficios, beneficios que han ido a mucho más desde que desaparecieron las restricciones. Stefano Domenicali lleva las riendas de una escudería de escuderías que parece pisar el acelerador hacia la treintena de carreras, y el patrón dual NBA/Nascar parece ser la referencia. A nadie debería escapar que si en la Nascar tienen la friolera de treinta y seis citas al año (más dos pruebas de exhibición), en el baloncesto yanqui apenas entrenan, y se limitan a jugar partidos uno tras otro con hasta tres por semana.

El equivalente en el horizonte de la F1 serían treinta carreras en una década sin apenas test; y tienes una pista en que este año fueron solo tres jornadas en pretemporada. Jamás en la historia de la especialidad se disputó una temporada con tan raquítico periodo de pruebas y entrenos de mecánicas y pilotos. Los test no traen beneficios, sino solo gastos, y los entrenos de los viernes son los menos populares tanto dentro del circuito como por televisión. Es por ello que muchos olisquean el aire que desprende, como el olor a queroseno que ‘perfuma’ el entorno de los aeropuertos, y ya ven, vemos en la lontananza los eventos hipercomprimidos a dos jornadas.

Es una dinámica arriesgada, con más prisas aún de punto a punto, varios equipos rotatorios dentro de una misma escudería para atender a los eventos en pista, y la posible pérdida de valor de los Grandes Premios por saturación. Hay algo más, y se trata de algo tan sencillo como lo que afirma Max Verstappen: van a ser famosos, y ganar una pasta gansa con la que comprarse un barco, para que se monten en él sus cuñados en ausencia del que se gana los jurdeles con el sudor de su frente. Para todos los integrantes del circo, va a ser una vida peor.

Fernando Alonso a bordo de su Aston Martin AMR23 en Bakú.

A los niños les duelen los oídos cuando crecen, la ropa se queda pequeña cuando pegan un estirón, o a los adolescentes les salen las muelas del juicio que a veces aparecen con dolores y molestias. Crecer si, pero con sumo cuidado, nos vaya a pasar como a la ACB, que los pelotaris pasaron de ser el segundo deporte del país para pasar casi a la irrelevancia durante años aciagos, y de los que les está costando recuperarse… por errar en la estrategia de medios de comunicación. Aún lo están pagando y lo que les queda, y todo sin casi tocar el núcleo central que es el deporte en sí.

Con tanto jaleo y tanto cambio, a la Fórmula 1 le puede pasar un poco lo que a los de La Casera. La marca dejó de ser propiedad española hace años, y forma parte ahora de la cartera de Suntory, unos japoneses que hicieron fortuna con el whisky. La Casera viene ahora del país del sol naciente, como los Toyota, las cámaras Canon o el sushi que cenas los fines de semana. La facturación de Suntory ha crecido un 25 % en España en la temporada 2022 gracias a que ha inventado. Ha inventado vermouth en lata rebajado con su agua con pompas, le ha añadido limón, mosto, o se ha montado su propia sangría.

Pero Suntory sigue manteniendo La Casera original dentro de su catálogo; puedes meterte entre pecho y espalda lo de siempre por mucho invento paralelo que hayan sacado. Que no me cambien mi F1, o el andamio se nos puede caer y aplastarlo todo debajo, que ejemplos hay. No es purismo, sino prudencia, que las cosas que van deprisa, mejor cambiarlas despacio.

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