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Hace un par de años un taxista escocés, alguien de confianza para los técnicos de cierto equipo, recibió una llamada a primerísima hora de la mañana. Aún no había amanecido, y una voz casi angustiada le preguntó al otro lado de la línea: «¿Cuánto podrías tardar desde Edimburgo hasta aquí?».

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Sede de Aston Martin, situada en Silverstone.

11 min. lectura

Publicado: 18/01/2023 13:00

El taxista hizo un rápido cálculo mental, y de acuerdo con su experiencia y conociendo el endiablado tráfico británico, le dio una estimación. La réplica fue: «Si lo haces en una hora menos te llevas el coste de la carrera y una propina de mil libras. Hay que traer una pieza de un tornero que está ahí y con el que trabajamos cuando vamos apurados».

Lo que había ocurrido es que una máquina de corte de metal de aquella formación se había puesto en huelga la noche previa, y cualquiera que fuese la pieza en la que trabajaba no amaneció lista. El problema era que sin la ayuda del improvisado piloto de carreras escocés, ese mediodía un mecánico no volaría con ella en su maleta a Australia, quedaría fuera de una agenda desbaratada y con resultados no óptimos.

Toyota jamás logró una victoria durante sus nueve años en Alemania. Muchos achacan la falta de éxitos a su aislamiento geográfico

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Esto ocurre más veces de lo deseado, les ocurre a todos, y ocurre a cada poco. La lección es sencilla: la logística es muy delicada, y puede fastidiar por completo el complejo engranaje que es el funcionamiento de una escudería de Fórmula 1.

Steve Jobs, el creador de la compañía Apple trabó amistad con Barack Obama antes de ir a saludar a San Pedro. El primer mandatario de color en la historia yankee le conminó a que dejase de poner en sus cajas «Diseñado en California/Made in China» a sus tecnocachivaches y se trajera a su tierra la producción de los iPhone. Jobs le explicó cómo funcionaba esto, y Obama supo que necesitaría cambiar demasiadas cosas.

Inglaterra es el centro neurálgico de la Fórmula 1

Doce años después de la desaparición del primero, los teléfonos que cambiaron el mundo se siguen construyendo en países de Asia, con China a la cabeza de la producción. La explicación que recibió el político fue sencilla: no tenemos el tejido constructivo para hacerlos. Los iPhone, al igual que los Fórmula 1, requieren de muchas piezas de proveedores externos. Cristal para las pantallas, gomas que aíslen del agua, tornillos minúsculos, cables de diverso tipo, o hasta la caja de cartón que los envuelve. Si la empresa que los ensambla recibe una partida de cargadores errados, el fabricante coge una furgoneta, se va hasta el que los hace que está en el polígono industrial de al lado y se los cambian. Eso es exactamente lo que ocurre en la Fórmula 1.

McLaren Technology Centre, situado en Woking.

Lo peor no es que las piezas de decenas de proveedores no estén a tiempo, esta es solo una parte, y se ciñe a la mera coincidencia de las coordenadas espaciotemporales. Otra de las asignaturas principales de los equipos, aunque no queda escrita en ninguna parte, es la comunicación social. La gente habla. Incluso hay mucha más comunicación entre técnicos de equipos competidores de la que gustaría a los rectores de muchas escuderías. Antiguos compañeros de estudios, de equipo, o sencillamente amigos y hasta vecinos comparten datos; por norma general inocuos, pero que a veces ayudan a entender muchas cosas.

Si las mejores películas se hacen en Hollywood, y los mejores perfumes en París, la cuna de la Fórmula 1 es Oxford, y en su entorno existe un ecosistema que acaba contagiando a todo aquel que lo pisa. Sauber es un equipo respetabilísimo, pero está lejos, muy lejos del epicentro de todo esto. Esta es una de las razones por las que, incluso metiendo los calderados de dinero que inyectó BMW durante años, nunca fueran sólidos candidatos a títulos a pesar de recaudar ciertas cuotas de éxito deportivo en forma de victorias y lustre mediático. Lo mismo puede decirse de Toyota, que durante nueve años en Alemania jamás lograron una victoria. Muchos achacan la falta de éxitos a su aislamiento geográfico.

Ferrari tiene su propio Motorsport Valley

Ferrari es un caso aparte, porque tienen una industria casi secular y bien nutrida a su alrededor, con una factoría de superdeportivos al otro lado de la calle, pista de pruebas en propiedad, y muchos proveedores a su entorno con una réplica latina al valle del motorsport británico. Tampoco hay que perder de vista, que los motores Renault no son candidatos a triunfar desde hace años, y viven al sur de París. No es que no sean potentes por no ser ingleses, pero no están rodeados de un tejido y una atmósfera racing. Con casi toda probabilidad su destino sería distinto, más favorable, de estar más cerca físicamente sin ir más lejos de su clientela.

Sauber tiene instalaciones de primera, pero que estén en Hinwil, Suiza, complica las cosas.

Son ahora los petrorricos de Arabia Saudí, que salivan cuando afirman que se quieren llevar a McLaren y Aston Martin a su jardín. Se llevaron ya un Gran Premio, el Dakar, y eventos futboleros de postín, y parece que han pillado gusto a esto de recibir visitantes, cámaras de televisión y salir retratados en medios y redes sociales. Pero una cosa es montar una verbena de manera puntual, muy pintona eso sí, y otra replicar una industria en un lugar remoto al que la vio nacer. Si por dinero fuera, sería muy fácil, pero la clave no es el dinero, ni las ganas. Ni siquiera la tecnología… es la comunicación humana.

Suministro local y rápido

Los asiáticos de Panthera dicen que quieren hacer lo mismo, o los Andretti, que acaban de poner las primeras piedras de unas fastuosas instalaciones… pero a aquel lado del charco. Con esta idea básica partió Gene Haas hasta que alguien le leyó una monserga como la de esta viruta, y entendió que por muy bien que funcionen los de UPS, Fedex y DHL, no hay nada como estar pegadito a tus proveedores. Tanto es así que Aston Martin, una formación que en sus anteriores vidas como Jordan/Force India/Racing Point ha estado muy atendida por ellos, les ha montado naves industriales a su lado, en Silverstone.

En Haas arrancaron su plan con idea de hacerlo todo desde su Estados Unidos natal, y bajo esa bandera corren. Se lo pensaron mejor y ya no dudan de eso, sino que han partido el grueso de su actividad en dos centros: uno en Inglaterra, y el otro, en Maranello, pegados a Ferrari, que les vende muchas soluciones para que las injerten en sus monoplazas. La clave no es solo esta, que también, sino que están rodeados de una atmósfera, de un éter que habla, que cuenta cosas, que transmite conocimiento, datos perdidos que buscan un destinatario que sepa usarlos.

El Mago More lo cuenta si le preguntas. Hace años comenzó una exitosa carrera como monologuista. Cuando empezó en esta actividad, era un desastre. No tenía gracia, sus chistes más que risa provocaban sensaciones menos agradecidas. Cuenta que con frecuencia se volvía a casa tras las funciones negando con la cabeza mientras subía la escalera, contando uno a uno los escalones. Empezó a charlar con otros más veteranos, a pedirles consejo, a escucharles y analizar su método… se contagió de manera deliberada.

Ahora cobra por sus charlas y conferencias de una hora una talegada con la que podría vivir una familia durante un mes. El roce no solo hace el cariño, también la maestría. En lugar de alejarte de los que ya sabes, arrímate a ellos., y si no tienes coche, emplea un taxi. Llama al escocés, el del inicio de nuestra historia de hoy, que se montó su propio Gran Premio y esa noche llevó a cenar a su mujer a un restaurante de los buenos. Su mujer sonríe, él también, y los de equipo ni te cuento.

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