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Nunca fallan, pero jamás ganan

Se queman la cara, echan más horas que un monte, se pelan de frío cuando el relente ataca y se cuecen cuando la inclemente canícula hace llevar cantimplora a las lagartijas. Son los que llegan los primeros y se van los últimos. Si hubiera que poner un circuito cada día lo harían ellos, los héroes sin música de las carreras: los comisarios.

Nunca fallan, pero jamás ganan
Los comisarios, esa parte imprescindible de las carreras que tan poco reconocimiento recibe por su trabaj

15 min. lectura

Publicado: 26/05/2021 09:30

En el salvaje oeste americano eran los sheriffs, los comisarios en español, los que impusieron el orden a través del popular Colt Pacemaker o el Winchester de palanca diseñado por John Moses Browning. Los comisarios de las carreras, ya sean los deportivos, los escrutinadores técnicos o los que jalonan las pistas denominados ‘comisarios de ruta’ son al mismo tiempo los árbitros de cada contienda sobre ruedas, y la primera mano que llega al que tuvo mala suerte aquel día… como Elías.

Elías es un tipo bragado, ya entrado en años, que acude sin rechistar a cada prueba del circuito de Cheste y a la de alguna de otras pistas desde las que le llaman. Elías acabó trabando amistad con cierto piloto español, miembro del exclusivo club de los que se han subido a un Fórmula 1, pero no por un motivo cualquiera sino por el número de veces que le rescató. Para este piloto-cuyo-nombre-se-nos-acaba-de-olvidar la Curva 3 del circuito valenciano es un agujero negro. Ir a por setas, un paseo por la agricultura, o hacerse un chalet… hay múltiples maneras de llamarlo pero aquel tipo ha varado su coche en todas las categorías en las que ha corrido desde que emergió del karting. Incluso varias veces en un mismo fin de semana, de manera inevitable siempre acababa conociendo en primera persona la marmórea gravilla de su puzolana. Al apearse del vehículo en el que fuera siempre se trababa con Elías, al que no es que conociese ya de antes, sino que ya eran casi amigos.

—¿Qué? ¿Otra vez te has salido? —Le espetaba el del mono naranja ante la evidente respuesta.

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—Pues ya ves. Para no perder las buenas costumbres. —Respondía siempre el piloto intentando quitar hierro al asunto.

Luego se veían en el paddock y charlaban amigablemente. Siguen haciéndolo. Es la típica amistad de la que se dice «ni te imaginas como nos conocimos». Así es la vida en las carreras.

Todos los comisarios deportivos, ya sean de los de mono y a pie de pista o los de la camisa celeste cobran cero cartón. Son voluntarios. Lo hacen por amor a las carreras y lo único que se embolsan es una dieta diaria que ronda los cuarenta euros dependiendo del circuito y en función del transporte y la manduca. Si el monaguillo en cuestión es de Barcelona y lo llaman desde Albacete o Jarama, es seguro que con ese cheque no cubre gastos. Aún puede ser peor, y es que te llamen de Portimao siendo de Valencia, y la palmatoria a cambio de estar en pista un fin de semana completo ya es para coger al que sea y hacerle un homenaje… como aquel que hizo justo ese viaje.

Un comisario, sea de la F1 o de competiciones regionales, ejerce su trabajo por estricto amor a las carreras.

Al llegar al circuito del Algarve le asignaron junto a su compañero de viaje un puesto compartido con dos comisarios locales en una carrera de Superbikes. Una de las motos se descontroló, aceleró su endiablado ritmo al salir de pista, cruzó la escapatoria como una exhalación para… estrellarse de manera violenta justo donde estaban ellos; de hecho se autoaparcó en una grada que por suerte estaba huérfana de espectadores. La fortuna estuvo de su parte aunque no sin que uno de ellos agarrase a su compañero para tirarlo al suelo en busca del cobijo que procura la valla metálica Armco. Cuando los cuatro se levantaron del suelo, el valenciano tenía agarrado a un marshall portugués. Todo el camino de vuelta a casa estuvo trufado de bromas relativas a «¿y para esto tengo yo un amigo, para que agarres a otro en una de estas?».

Ese mismo día y algo más temprano un conejo apareció por el vial de servicio, interesado en ver las carreras sin haber pasado por taquilla.

—¡Un conejo! —Exclamó el levantino.

—Coélo. —Respondió el nativo.

—Que es un conejo. —Se explicó nuestro enviado.

—Coelo, coelo. —Decía al portugués.

—Pues cógelo tú, que estás más cerca. —Replicó.

—Coéééélo en espanioul es coneihou. —Aclaró el local explicando un vocablo en la lengua de Saramago. Cosas del idioma.

La fauna autóctona es una fuente de situaciones pintorescas. Durante una prueba en el Circuito de Navarra un grupo de comisarios se toparon con la desagradable sorpresa de que una ingente cantidad de avispas y tabarros se habían instalado cómodamente entre los unos de neumáticos justo al lado de su puesto. Llamaron por radio. Tras el aviso dirección de carrera solicitó la presencia del equipo de mantenimiento, que aquel día debía estar ocupado en otros menesteres, y la respuesta de facto fue la incomparecencia de un Frank de la Jungla que domeñase a aquellas fieras voladoras.

El resultado fue una colección de picaduras con la huida del lugar de los hechos de algún marshall extintor en mano… y ahí estuvo la solución. Y menudo cabreo se pillaron los responsables. A primera hora del día siguiente los asignados a aquel puesto realizaron una batida extintor en mano de todos los aeródromos de aquel enemigo implacable, que fueron bombardeados con sopletazos de extintor. El problema no fue tanto que se quedasen sin carga para el resto de la jornada, sino que recargarlos costaba una leña, leña que tuvieron que apoquinar los rectores de la pista, que bramaron ante la tesitura.

Cada circuito tiene unos usos y costumbres locales, y es precisamente en Navarra donde los comisarios tienen fama de ser muy gamberros y trastos. Los circuitos con pruebas mundialistas suelen ser muy rigurosos en la materia, pero cuando el nivel no es de ese calado los responsables tienden a ser más laxos, de ahí que en lugar del consabido bocata y lata de refresco te topes planchas repletas de panceta, chorizos o chistorras entre tanda y tanda. «Bueno, una vez no veas la que se lió», nos cuenta uno que prefirió el anonimato. «Unos de un puesto al lado del nuestro se estaba haciendo la comida y de golpe hubo un accidente. Salieron disparados a asistirlos, y cuando se quisieron dar cuenta la cocina se había convertido en las Fallas de Valencia, menudo incendio. Tenías que ver aquellos filetes de vaca cubiertos por el polvo de los extintores. A poco más y no se pega fuego el ajardinado del circuito, que estaba al lado. No veas tu la que les cayó (risas)».

Hay pistas donde no les dejan ni fumar, y a veces se las tienen que componer para hacer más llevaderas las larguísimas y con frecuencia ininterrumpidas jornadas de carreras. «Esto se hace en más sitios, pero hay que tener cuidado. La clave está en que dirección no te vea, así que metes la parrilla debajo del puesto si es elevado, en los túneles si los tienes cerca o evitando las cámaras de seguridad para que no te echen la bronca», nos suelta el ‘garganta profunda’ (profunda por lo que cuenta, y por lo que traga cuando toca). «Echamos muchas horas, a veces hace mucho frío o mucho calor, estamos a la intemperie, con frecuencia sin sombra o sin poder cobijarnos bien en caso de lluvia. Estás allí con lo puesto, y lo puesto a veces es el mono, con tu propio calzado o incluso tu propio casco. Yo tengo el mío, que me lo compré, paso de usar uno comunitario».

El transcurso de una carrera muchas veces depende de la eficacia de los comisarios de pista.

Sin sueldo alguno a cambio de su trabajo la felicidad solo puede venir de la mano de los participantes. En una ocasión un Clio francés de la copa del mismo nombre se quedó varado en su puesto en mitad de una carrera. El piloto se liberó de sus arneses, y con el coche orillado en un lateral de la pista corrió hacia ellos pidiendo una herramienta. Aquel tipo sabía cuál era el problema. «Si, le dimos una navaja, y reajustó uno de los bornes de la batería. Al acabar la prueba muchos te echan las luces o te pitan si sus coches son turismos, o aceleran los motores a modo de saludo cuando salimos al asfalto a ondear todas las banderas en la vuelta de honor. Te tiran besos… pero aquel detuvo el coche, se bajó de nuevo, y vino a buscarme para darme la mano, las gracias, y la navaja, que se la había llevado. Gracias a eso acabó la carrera. Mi navaja también acabó ahí, una Opinel cojonuda de casi 30 euros, porque cuando la fui a abrir la hoja estaba partida; me quedé sin ella (risas)».

Pero los comisarios de ruta, los marshalls, los asistentes a los pilotos, los primeros que llegan a un accidente, avería, los propietarios de las primeras manos que llegan a los que lo necesitan tienen sus Sanfermines; tienen su pequeña fiesta. Los responsables hacen la vista gorda, o sencillamente miran de reojo sonriendo, y es el día en que esos tipos sin nombre celebran su propia carrera, porque los comisarios del Jarama tienen su Gran Premio particular. Si buscas en YouTube darás con él, porque hay unos pocos vídeos. ¿Y qué se puede ver en ellos? Pues podrás ver el desparrame que lían en la bajada a Bugatti, entre los puestos 10 y 11, en una cuesta abajo de imponente ángulo por el que se arrojan subidos en carritos de la compra de supermercados, o últimamente coches de niños de la marca Feber, tuneados. Los integrantes de cada puesto montan su escudería y un representante, por norma general el más pesado, se sube al ‘monoplaza’. Empujado por sus compañeros, que ejercen de motor, intenta llegar hasta la puzolana que sirve de escapatoria y al mismo tiempo meta. Huelga decir cómo acaban la mayoría de ellos, porque sí… casi todos necesitan de la asistencia de sus compañeros.

La pelouse se pone hasta arriba de gente, los jalean, y al que llegue al final del improvisado circuito le dan bandera como si del ganador de una carrera se tratase. Hay quien hasta se disfraza de motor, por si cuela como propulsor del carrito, porque la tematización de los monoplazas es libre. Como en toda carrera el ganador recibe su trofeo: la bandera arlequinada que ve al pasar por la meta, la única que van a poder cruzar en su vida a pesar de que trabajen al lado de una. Queda claro que todos estos son unos verdaderos quemados de la velocidad, probablemente los mejores aficionados del mundo. Les debemos mucho. Gracias.

La segunda parte de esta viruta se publicará en unos días, y habla de la clase noble de entre los comisarios. Por norma general cobran lo mismo, nada, pero suelen trabajar con aire acondicionado y llevan una camisa celeste.

Fotos: Red Bull Content Pool

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