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El destino del diésel se juega en Alemania: reformas y/o prohibiciones

Alemania, sede de facto del escándalo de las emisiones diésel, puede ser uno de los primeros países europeos en atajar el problema de forma contundente. El problema es cómo conseguir una reducción de las emisiones sin limitar la movilidad de los ciudadanos.

5 min. lectura

Publicado: 18/07/2017 20:00

El destino de los motores diésel puede quedar sentenciado en una fecha próxima, el 2 de agosto. Será entonces cuando las autoridades de transporte de Alemania se reúnan con los fabricantes para ver qué solución se da a los diésel que ya están en circulación.

Como diversas ciudades están superando los límites de contaminación atmosférica -y los diésel ahí tienen mucho que ver- tanto los ayuntamientos como algunos jueces pueden acabar retirando de la circulación varios miles de vehículos para cortar por lo sano con el problema.

Lo malo de esa solución es que limita la movilidad de la gente, que no puede simplemente deshacerse de su coche y adquirir otro que tenga credenciales ambientales más limpias. Una posibilidad es una llamada a revisión masiva, en la que se rectifiquen los coches para que sean menos dañinos.

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Zona de bajas emisiones en Alemania - Fotografía: GillyBerlin (Flickr) CC BY

Por Alemania circulan entre 12 y 13 millones de diésel. Los que tienen más papeletas para ser excluidos son los más viejos, carentes de los sistemas antipolución disponibles en los modelos Euro 6 más actuales. En ese sentido, los fabricantes no tienen mucho que hacer, salvo ofrecer facilidades a los compradores para que renueven sus monturas.

Otra cosa son los modelos Euro 5, que estaban a la venta hasta hace varios meses, y que siendo relativamente nuevos o modernos pueden ser excluidos de la circulación en varias ciudades. ¿Por qué? Fácil, las emisiones reales de contaminantes están fuera de control, y precisan actualizaciones para limpiar su escape.

No será tan fácil como reprogramar centralitas en todos los casos, puede ser necesario efectuar modificaciones que implica que hay mecánicos manchándose las manos: mano de obra, componentes... y es injusto cargar ese coste al cliente. El fabricante se supone que vendió un modelo que cumplía con la normativa y no puede cobrar por su propio fallo.

De momento los fabricantes prefieren presionar a las autoridades para que no les pongan entre la espada y la pared: que o se actualizan los coches -de su bolsillo- para que reduzcan sus emisiones contaminantes, o se les limitará la circulación. Eso último encolerizará a sus propietarios e influirá probablemente en sus intenciones futuras de compra.

Hay otro problema, y es que como prácticamente la mitad de las ventas de coches en Alemania siguen siendo diésel, se pueden poner en peligro los puestos de trabajo de decenas de miles de personas que están ligadas a esa tecnología. Si el consumidor huye masivamente de los diésel nuevos -por temor a que les acabe pasando lo mismo, o porque se meta a todos en el mismo saco- las consecuencias económicas se tienen que considerar por lo menos.

Ciertamente parte de esa fuerza laboral se puede reconvertir a sectores con más futuro, como la movilidad a base de hidrógeno, combustibles sintéticos de bajo nivel neto de carbono, biocombustibles de segunda generación, electricidad y baterías, etc. Alemania tiene que ir dejando el diésel de forma progresiva, no abrupta.

A falta de mecanismos legales que fuercen a los fabricantes a corregir sus desmanes en el asunto de las emisiones diésel, estos harán lo posible para no hacer una llamada a revisión que afecte a cientos de miles de coches y suponga miles de millones de euros. No todos los fabricantes tienen la salud financiera de Volkswagen.

Pero aunque accedan a mejorar los coches, no todos serán actualizables, por lo que sus dueños verán limitada su movilidad. También está por ver si las mejoras serán obligatorias para el propietario para mantener su distintivo medioambiental (Umweltplakette) o simplemente poder seguir circulando.

Este sería un primer paso que a buen seguro copiarán otros países donde también es un problema la acumulación urbana de óxidos de nitrógeno o partículas. Todo esto acelerará el declive del diésel y que el consumidor acabe cambiando el chip y pasarse a tecnologías más limpias.

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