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Virutas F1El cliff de los pilotos

Los pilotos son una pieza fundamental en la gestión de una escudería, brazo de palanca en sus resultados, y clave para sus jugadas mediáticas. Cuando los firman, conocen su estado de forma en ese momento, pero no saben cómo estarán en unos años.

El cliff de los pilotos
Fernando Alonso es un buen ejemplo de los detalles que definen a un piloto.

19 min. lectura

Publicado: 24/08/2022 14:30

Y es que los corredores son un material sensible, complejo, costoso, y que viaja por diversos estadios funcionales. Viven subidas y bajadas cuyo origen no se encuentra en la pista, y que acaban afectando a lo que ocurra en ella. Podrán ser mejores o peores, más o menos profesionales, nos gustarán o nos caerán gordos, pero todos tienen una vida. Y es que será su devenir personal lo que marque en muchas ocasiones su rendimiento.

Esto lo saben perfectamente los contratantes y es algo que entra en la balanza a la hora de valorar fichajes. En ella no sólo pesan las aportaciones dinerarias si es que las traen, su bagaje, experiencia, resultados, sino también edad, status familiar, trayectoria vital, etc. Hay varios ingredientes interesantes en este análisis, y los más influyentes son estos:

Los padres

En los inicios de cualquier piloto siempre hay un padre detrás. De forma tradicional, las madres suelen ser ajenas y solo visitantes puntuales de los circuitos, y el padre tiende a ejercer de manager y pastaponedor, ya sea porque la aporta o porque la busca y encuentra. De manera invariable viajan con el artista, se mueven, y le ven crecer en los primeros estadios de su carrera.

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En charla con un manager que pide el anonimato, cuenta «siempre es preferible que en cierto momento los padres se aparten y dejen hacer al chico. Es frecuente que su comportamiento, sus formas, incluso sus decisiones cambien si van solos. En relación con el deporte, los padres son necesarios sobre todo al principio, el problema es que a veces condicionan con su sola presencia. Una vez llevé a uno que incluso en el coche, cuando viajábamos, si el padre estaba delante parecía otra persona. Si su padre estaba, se sentaba en el asiento de atrás, cacharreaba con su teléfono móvil, sacaba la tablet, y miraba cosas por norma general en silencio».

Max Verstappen, junto a su padre Jos antes de iniciar una carrera.

«En cambio, si el padre no venía, se sentaba delante, a mi lado, y charlábamos de forma más directa y honesta. Había una comunicación más intensa, sin cortapisas, hablábamos claro. La vida en familia nunca es perfecta, y un día no ha hecho la cama, o le ha contestado mal a la madre, o le hizo no sé qué a la hermana, y esto acaba creando una atmósfera, lógica y normal, pero que acaba influyendo en la actitud del chaval», afirma.

Los hijos

El dicho afirma que estar casados hace más lentos a pilotos, e incluso hay quien dice que pierden una décima de segundo por cada heredero. No existe una relación directa comprobable, sin embargo, coincidió que desde que Sebastian Vettel y Kimi Raikkonen tuvieron hijos, no brillaban tanto como cuando no los tenían. ¿Casualidad o causalidad? El razonamiento tras esta coincidencia la aporta el manager.

«No es que se suban al coche y estén pensando en ellos, no. No llevan la foto en el salpicadero con el letrero de ‘papá, no corras’. Es que antes eran libres, podían salir de casa cuando querían, no tenían que estar preocupados por el curso escolar. Cuando tienen hijos adquieren más responsabilidades, horarios, obligaciones. No frenan antes suponiendo que se van a hacer daño. Lo que ocurre es que han tenido que llevarlos al zoo, mantenido reuniones con los profesores, uno ha estado enfermo, y su atención deja de estar al 100 % en la Fórmula 1, dejan de estar obsesionados, y solo ganas si lo estás. No son peores pilotos, sino que tienen una vida distinta, más diluida y alejada de las carreras».

Siguiendo este razonamiento en la charla sale una idea. «Mira Alonso, Max o Lewis. Esos van a hierro, porque les da todo igual. No tienen a su mujer inquieta en casa esperando a que llegue, con un viaje preparado con los chavales al día siguiente. Para hacer funcionar eso tienen que salir corriendo del circuito, cogerse un jet privado que les cuesta más caro o no pueden estar lo que quisieran con el equipo». No, no se trata de que pierdan profesionalidad, sino que su vida se hace más compleja, más densa, y tienen que repartir su tiempo, su energía, su pensamiento. Todo lo que concedan a su vida civil se lo quitan a la Fórmula 1, y en esta especialidad, solo los obsesos ganan.

El dinero de menos

El dinero es un arma de doble filo; puede servir de Tizona vencedora por su ausencia, o de revolucionaria guillotina por su exceso. En el deporte más caro del mundo tener una familia rica siempre ha venido bien desde el punto de vista financiero, pero los hijos de padres ricos tienden a no tener el hambre, la sed y la ambición de los que proceden de estadios sociales menos afortunados. No es incierto que ha habido magníficos pilotos de origen acomodado, sin embargo es una pauta recurrente que los más aguerridos, ambiciosos y a los que este estado de excitación ha durado más tiempo hayan sido procedentes de familias con menos medios.

El padre de Hamilton conducía autobuses, el de Alonso era capataz de una cuadrilla de artificieros en minas asturianas, o Norbert Vettel era carpintero, por poner tres ejemplos. No, no pasaron necesidades, pero sus carreras deportivas no fueron abonadas desde la cuenta familiar, sino que sus progenitores fueron los encargados de buscar el dinero para costear su crecimiento. A todo ello hay que añadir sacrificios familiares, gastos en viajes que con frecuencia no pueden costear, hoteles baratos, bocadillos y latas de refresco en lugar de restaurantes y manteles de hilo.

Esto acaba forjando el espíritu de los que luego se topan con oportunidades únicas en la vida. Cuando Adrián Campos entrevistó en su antigua nave a Alonso le hizo una pregunta: «¿Para qué haces esto?». La respuesta instantánea fue, «para quitar a mi madre de trabajar». Los acomodados no tienen esas cosas en la cabeza, y por lo tanto sus motivaciones son muy distintas.

El dinero de más

Si la escasez de pasta crea luchadores, el exceso tiende a crear pilotos menos correosos. Y no, no es que se acomoden en lujosos apartamentos monegascos, sufran a lo instagramero en las cubiertas de sus yates, o anden preocupados porque un desaprensivo les ha rayado el capó de su Pagani Zonda. Es que ser rico tiene sus pegas. Muchos huyen de las agencias tributarias de sus respectivos países, se marchan a principados mediterráneos, islas del canal británico o cantones suizos.

Esto genera sus inquietudes, incomodidades y pegas. Si vives en Mónaco o Ginebra le podrás dar una mejor existencia a tus herederos, pero estarás lejos de tu escudería. Uno de los grandes secretos del avance de Carlos Sainz, una de las razones del enorme aprecio generado en el seno de Maranello, cruza la puerta de la factoría tres o cuatro veces a la semana. Carlos no elude a Hacienda, pero vive a unos quince kilómetros de la sede del equipo y eso trae consecuencias… positivas. En la exitosa época inicial de Alonso en Renault, el asturiano vivía en Oxford. Irse a vivir lejos de tu equipo no te quita de la lista de posibles campeones, pero es un ingrediente más en la ensalada que te coloca coronas sobre la testa.

Lance Stroll es piloto de Aston Martin, equipo propiedad de su padre.

Por otra parte, y esto es más importante, tener cientos de millones distrae. Si los acumulas sin más en el banco no suele ser un problema, no obstante si los inviertes en unas acciones por allí, unos edificios por allá, una compañía de tal en no sé donde, al final estarás en más cosas aparte de las carreras. Hay pilotos de la actual parrilla que se levantan y lo segundo que hacen es lavarse la cara en el baño, pero lo primero es ver cómo están sus acciones, criptoactivos, y el estado general de su contabilidad.

Enhorabuena, se lo ganaron, aun así es tiempo que dejan de dedicar al eje principal de su carrera y generador único de esos beneficios. Llegas a los circuitos y te vas de ellos con algo más en la cabeza que como vas a ganar el título. Si a ello añades en como vas a hacer para que tu dinero no se te vaya por la alcantarilla con una mala inversión, un coste inesperado o un nuevo proyecto, estás distraído. No es lo mismo subirse a un coche con la necesidad de ganar que con la necesidad de ganar y que «es que el martes tienes una reunión con no sé quien…». Da igual si tienes padre, abogado, asesor financiero o corredor de bolsa; eso acabará costándote décimas por vuelta.

La edad

Si, amiguetes, la edad es un parámetro que influye en la velocidad. Se trata de pura biología, con los años pierdes capacidades. La caída de hojas del calendario traen consigo una peor vista, una merma en los reflejos, te cansas más, te recuperas peor, y cuando tienes una lesión tardas más el recobrar lo perdido. Un problema menor de muñeca por haber estrellado el coche con el volante agarrado pasa de leve a reservada, por poner un ejemplo. Cuando eres muy joven entiendes estas palabras, pero no asumes el coste que ello conlleva; cuando tienes una edad tuerces la cabeza y sonríes pensando en tu rodilla, el codo, o lo que tardaste en estar bien cuando volviste de aquel viaje.

Un mundial de Fórmula 1 es una prueba atlética en sí misma, aunque ni siquiera corras. Centenar y medio de vuelos cada año matan al más pintao y cada vez te pesan más. Los más pudientes, y entre ellos los pilotos, se compran horas de vuelo en jets privados precisamente para poder descansar mejor. Salen de vuelta a casa tras un Gran Premio cuando les parece oportuno, sin esperas, sin colas, y llegan a sus lugares de origen a horas razonables y sin escalas. Les cuesta un pico, pero les merece la pena porque duermen en su cama, en la que se acostarán dentro de un horario aceptable.

La edad no solo trae una carga física, sino también algo positivo… y algo único: experiencia. El manager encapuchado nos cuenta una muy interesante. «Hace años llevé a un piloto que corría en resistencia. Compartía coche con un cincuentón, y si no lo hubiera visto con mis ojos, y si me lo hubieran contado no me lo hubiera creído. Al acabar las tandas de entrenamientos se bajaba del coche, se sacaba el casco, y la mujer no le pasaba agua, ni bebida con electrolitos, ni siquiera un refresco. Le pasaba un cuba libre de ron con Coca-Cola. ¡El tipo se calzaba un cubata tras bajarse del coche! Es más, luego nos íbamos a cenar, y todos nos poníamos las botas, pero él apenas probaba la cena, ni la tocaba: solo cuba libres. Uno tras otro».

«¿Pero qué pasaba? Que el tío era rapidísimo, los dejaba a todos como idiotas. La razón era muy sencilla: tenía la experiencia de la que carecía el resto. Debería llevar corriendo no menos de veinte o treinta años, y sabía más que ningún otro. Lo que a su edad le faltaba por estado de forma, decadencia de su cuerpo o porque se había bebido docenas copas la noche anterior, lo suplía con veteranía». Y añade un ejemplo perfecto. «Mira, Alonso puede que no sea el más rápido, ni tenga coche para ganar, pero en estrategia puede que sepa más que los que le dan instrucciones desde boxes porque sabe más que todos ellos juntos».

El de Oviedo lleva en el negocio más de tres décadas y es el que lleva el coche. Su visión de la situación es única y pocos digieren como el su menú cuando pilota. Es el abuelo de la parrilla, y si por algún lado le faltasen prestaciones, su conocimiento general de la situación compensa detalles como su lesión en la mano en Melbourne, de la que se estuvo quejando durante meses. Un ejemplo de que la edad y la experiencia viajan de la mano es Max Verstappen. Este año, ya como campeón, está corriendo menos que nunca, está siendo casi lento para los estándares de la Fórmula 1, nunca antes había corrido ‘tan poco’… pero está ganando muchas carreras. Su enérgico ritmo se ha atemperado, ha ganado en experiencia, y esta le dice que necesita ser menos violento, más pausado, que no es necesario ser el más rápido por exceso, sino tan solo un poco más rápido que el segundo.

Esta última idea bien podría ser un enunciado matemático aplicable a toda la especialidad. El inventor, o al menos del que se sabe que fue el primero en declamarla, fue Juan Manuel Fangio. El Chueco obtuvo 24 victorias, 35 podios, 29 pole positions y 23 vueltas rápidas en 51 Grandes Premios con la estadística más alucinante de la historia. Logró su último título en 1957, pasados los 45 de edad, y ello no fue solo debido a su velocidad, sino a su enorme experiencia.

… pero los honores de El Chueco llegaron después. Los concesionarios de Mercedes, las embajadurías, los premios y reconocimientos, el museo, sus seis estatuas… Fangio nunca estuvo casado y los hijos naturales que tuvo llegaron después de su carrera deportiva. Nunca tuvo ataduras ni preocupaciones ajenas a la velocidad mientras corrió. Su vida eran las carreras, y las carreras eran su vida. Por eso, por tener el 100 % de su existencia concentrada en la velocidad duró tanto en ella. Y es que los pilotos claro que pueden tener vida fuera de las pistas, pero acabará afectando a su participación. Tenerla bien sujeta, bajo control, y lo suficientemente alejada del asfalto les hará más rápidos. Si no, peor para ellos.

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