La baliza V16 es solo el principio hacia una carretera donde los coches se avisen entre sí
La obligatoriedad de la baliza V16 ha generado debate, pero su importancia real va mucho más allá del dispositivo físico. Es el primer paso hacia un ecosistema donde vehículos e infraestructuras comparten información para evitar accidentes.

La llegada de la baliza V16 como elemento obligatorio en 2026 ha despertado una controversia comprensible entre conductores y profesionales del sector. No es extraño: cada vez que se introduce un nuevo equipamiento obligatorio, el foco suele ponerse en el coste, en el proceso de adopción y en la sensación de imposición normativa. Sin embargo, centrarse solo en la baliza como un accesorio más es perder de vista el verdadero contexto: estamos entrando en una nueva etapa de la movilidad, una fase en la que los coches empezarán a comunicarse entre sí y con la infraestructura para anticipar riesgos que hoy ni siquiera vemos.
La utilidad de la baliza V16 es indiscutible desde el punto de vista de la seguridad. Su función principal —alertar rápidamente de que un vehículo está parado en la vía— reduce atropellos y colisiones secundarias, especialmente en escenarios de baja visibilidad. Pero su potencial real no está en la luz que emite, sino en lo que representa: el inicio de un sistema de advertencias conectado que transformará la forma en la que reaccionamos ante una emergencia en carretera.
Para que una medida de seguridad sea aceptada debe cumplir tres requisitos: ser accesible, ser comprensible y ser útil
El debate sobre el precio es legítimo. Muchos conductores sienten que se ha impuesto una obligación sin proporcionar alternativas accesibles ni explicar claramente su valor. Y en un mercado que todavía está en fase de adaptación, el coste de algunos modelos resulta elevado para un elemento de seguridad que debería ser universal. Sin embargo, el precio de la baliza no debería ocultar la tendencia de fondo: cada vez más elementos de seguridad en el vehículo estarán integrados, automatizados y conectados, reduciendo la dependencia de dispositivos externos.
Mientras discutimos sobre un dispositivo físico, el sector de la movilidad trabaja ya en sistemas V2X de comunicación vehículo-a-vehículo y vehículo-a-infraestructura que permiten algo mucho más ambicioso: que un coche detenido pueda enviar automáticamente un aviso a los vehículos que se aproximan, incluso cuando no exista línea de visión. Un conductor podría recibir una alerta varios cientos de metros antes de ver la incidencia, lo que multiplica la capacidad de reacción y reduce drásticamente el riesgo.

Los vehículos modernos generan datos de forma continua: velocidad, frenadas bruscas, activación de sistemas de asistencia, comportamiento anómalo del motor, posición GPS. Bien utilizados, estos datos permiten detectar en tiempo real que un coche ha sufrido una avería o un incidente y comunicarlo a la red de tráfico. Esto convierte a la baliza en un complemento visual, no en el único sistema de aviso.
Esto no significa que vaya a sustituir a la señal luminosa tradicional. La baliza física seguirá siendo imprescindible: funciona aunque falle la batería del coche, la cobertura o los sistemas electrónicos. Pero sí será complementada por una capa digital que hará la carretera más segura y eficiente, permitiendo que la alerta se propague, se amplifique y llegue antes a quienes realmente la necesitan.
De cara a las administraciones, el reto ahora no es defender la obligatoriedad, sino mejorarla. Para que una medida de seguridad sea aceptada debe cumplir tres requisitos: ser accesible, ser comprensible y ser útil. Accesible implica ajustar los precios mediante competencia real. Comprensible significa explicar bien por qué existe y qué riesgos reduce. Útil supone garantizar que la tecnología funciona en cualquier condición, no solo sobre el papel. Si se cumplen esos tres puntos, la aceptación social crece de forma natural y las sanciones dejan de ser un elemento conflictivo para convertirse simplemente en un mecanismo de orden.
El presente todavía requiere soluciones físicas como la baliza V16, especialmente para vehículos más antiguos o en zonas sin conectividad. Pero la dirección es clara: avanzamos hacia un ecosistema en el que los coches, las infraestructuras y los servicios de tráfico compartirán datos en tiempo real para anticipar el peligro mucho antes de que sea visible. La seguridad vial del futuro no dependerá solo de lo que vemos, sino de lo que la tecnología nos permite prever.
En última instancia, la pregunta clave ya no es si llevamos una baliza en el maletero, sino si nuestro vehículo forma parte de una red que sabe alertar, anticipar y proteger. Y esa es la transformación profunda que se está poniendo en marcha: una carretera donde el peligro no se detecta cuando aparece, sino cuando está a punto de aparecer.
