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Memorias de España 1996: las primeras veces no se olvidan

Para un piloto que se retiró de la Fórmula 1 con 91 victorias, cualquier triunfo podría parecer uno más. Sin embargo, hay dos que no lo fueron: el primero, y el del Gran Premio de España de 1996. ¿Qué tuvo de especial aquel? Que fue el primero con Ferrari. La primera vez.

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Publicado: 08/05/2015 08:30

Foto: Ferrari.

Las primeras veces nunca se olvidan. Se puede olvidar la segunda, la que más duró, la que más feliz nos hizo en su momento e incluso en la que mentimos y dijimos que había sido la mejor de nuestra vida. Con tiempo, cuando la abstinencia voluntaria o involuntaria se prolonga más de la cuenta, hasta podemos no recordar cuál fue la última. Pero nunca olvidaremos la primera. La victoria de Michael Schumacher en Barcelona, en el Gran Premio de España de 1996, puede considerarse como una más de las 72 que logró en Ferrari, pero no lo fue. Fue la primera, esa que nunca se olvida.

Pero Schumacher, que en el fondo siempre ha sido un romántico, no quería una primera vez de descampado y coche. Quería poner las velas, la música, la cena previa y hasta la épica de la lluvia. Y redondeó con Ferrari una primera vez que no se podría olvidar ni aunque se quisiera. Avanzaba la temporada 96, la primera del alemán de rojo, con un dominio absoluto de Williams, que acumulaba cinco victorias en las seis carreras disputadas hasta ese momento. Era el primer domingo de junio, séptima prueba del mundial, y la Fórmula 1 llegaba a España procedente de Mónaco, que había dejado a la vista la cara y la cruz del 'Kaiser'.

La cara, una vuelta sensacional en la clasificación del sábado, con un tercer sector estratosférico para quitarle la pole a Damon Hill. La cruz, una salida de pista en la primera vuelta que le hizo abandonar. Había cometido un error de pilotaje en uno de sus puntos fuertes, la pista mojada, y se dirigía enrabietado a Montmeló, donde había ganado en 1995, el año de su segundo título. Pero las aguas volvieron a su cauce en clasificación, y los dos Williams ocuparon la primera línea de parrilla, con Schumacher tercero. Y de nuevo lluvia en carrera.

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Y de nuevo un mal inicio para Michael, aunque esta vez a causa del embrague de su Ferrari, que le hizo caer hasta la sexta plaza en la salida. Jacques Villeneuve le había ganado la partida a su compañero en Williams, Damon Hill, y Alesi se había colado entre ellos con el Benetton Renault. Los abandonos comenzaron a acumularse, y en la segunda vuelta ya solo quedaban 14 coches en pista. Schumacher no se quería dejar ganar dos veces seguidas por la lluvia, su fiel amiga, y aprovechó el abandono de su compañero Irvine para ponerse quinto. Comenzó a pilotar de manera brillante, y un trompo de Damon Hill le hizo situarse cuarto.

Pasó a Berger y alcanzó el podio, pero quería más. Mucho más. Comparados con él, sus rivales parecían patinadores sobre hielo con zapatos de charol. El germano pasó a Alesi y a Jacques Villeneuve, y en la vuelta 12 ya lideraba la carrera. Siguió a su endiablado ritmo, sin pensar ni un momento en administrar su ventaja, que aumentaba según pasaban los minutos. En la vuelta 14 consiguió el mejor tiempo de carrera, y se distanció tanto de sus rivales que pudo entrar a boxes sin perder el primer puesto. Schumacher no quería ni sabía dejarse llevar, y quería que su primera vez con el Cavallino fuera a lo grande.

Foto: Ferrari. Cartel de la Scuderia en el pasado Gran Premio de España (2014).

Y así fue. Cruzó la bandera a cuadros en primera posición, alzando el puño al cielo lluvioso de Barcelona, y sobre el podio sonó aquella melodía que tantas veces se escucharía en los siguientes diez años. Tras la carrera reconoció haber sentido pánico, y no era para menos, ya que solo 6 de los 20 pilotos que habían tomado la salida pudieron terminar. Pero uno no puede pensárselo demasiado en las primeras veces.

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