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Virutas F1Las Vegas; instrucciones de uso

La Formula 1 tiene dos casas, una en Londres y otra en París, pero posee muchos apartamentos turísticos. Se ha buscado dos, lustrosos y rimbombantes, en un territorio que hostil no es pero oreganada colina tampoco. A pesar de todo, Miami y Las Vegas son dos lugares increíbles.

Las Vegas; instrucciones de uso
Las Vegas acoge la Fórmula 1 40 años después.

15 min. lectura

Publicado: 18/04/2022 13:30

La herencia cultural en Norteamérica es ineludible. Miami, en el estado de (La) Florida y Las Vegas delatan su origen español de los dos nuevos destinos nos acercan en cierto modo a un sitio conocido, pero ignoto al mismo tiempo. La lejanía espacial, con el segundo charco más grande del planeta de por medio, es eludible gracias a Airbus y al que pega el salto los dos lugares le pueden hacer pasar buenos ratos.

Así que te vamos a ofrecer una pequeña guía Lonely Planet de la F1 para que no te pierdas nada. Por eso en este primer capítulo, para que vayas preparando tu excursión a la Ciudad del Pecado con suficiente antelación, te vamos a proponer una viruguía y que no te pierdas por el cortijo que apatrulla Gill Grissom.

Las Vegas

La Formula 1 no es nueva en terreno del entomólogo de CSI, el Rat Pack y Celine Dion. Aparte de ser el parque de atracciones para adultos de América, y el escenario de todos sus cantantes talluítos, que la Formula 1 deje virutas de goma no es ya novedad sino que atiende a la más básica lógica comercial: ir a donde la gente ya está. Hagamos un poco de memoria.

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En los 80 Nelson Piquet ya dejó su huella en la historia de la velocidad, y no solo por la mala pipa con la que se conducía a veces con la gente, sino por haber campeonado en donde los casinos. Si no vuelas directamente hasta Las Vegas, lo más probable es que viajes en coche desde Los Angeles. Pillas un Dodge o un Chrysler en el rentacar y apuntas su morro hacia los 400 de desierto que separa las dos urbes. En las últimas temporadas la vida en esta carretera ha crecido mucho, pero hasta no hace tanto en todo el trayecto había una sola gasolinera; ninguna más 200 kms antes, ni tampoco durante 200 kms después. Si parabas en ella, notabas que la sopa costaba un 50% más que en otros lugares. Si preguntabas, la respuesta era «si le parece cara, no eche». Mirabas alrededor, mirabas al tipo, mirabas tu cartera, y asumías tu realidad… aflojando la mosca.

Eran camisetas, eran gratis y estaban a mano del primero que pasase. Nadie tocó ni una en años

Cuando te acercas a Las Vegas, una de las primeras cosas que ves si lo haces al atardecer es un enorme edificio parecido a los funcionales y bauhasianos Cortes Ingleses, pero tapizado en neón verde. Te dices: «Pues vaya cómo se las gastan estos con los casinos». La sorpresa es mayúscula cuando te arrimas y eres consciente de que no es un casino. Ni siquiera un mal bingo. Hay un cartel que dice «Aparcamiento para los empleados el MGM Grand». Aquel mamotreto color esmeralda es un aparcadero para curritos que pertenece a un hotel-casino, famoso por albergar combates de boxeo. Dentro, si te diriges a la recepción, de repente el suelo tiembla y esperas lo peor. Un terremoto, una invasión de Corea del Norte o una prueba nuclear cercana. Pues no, es un tren monoraíl que dentro del complejo te lleva hasta el parque de atracciones que tienen… en el patio trasero. Su parada está tras la tapia de cristal de la recepción; literalmente te dan las llaves de tu cuarto en una estación de tren.

Las siglas MGM pertenecen a Metro Goldwyn Mayer, y haciendo honor al león que abre las fauces en sus películas calzaron una gigantesca cabeza de felino a modo de entrada. De esta manera accedías al interior por una boca que bien podía medios seis y ocho metros, así que imagínate el calibre del gato. Pero se dieron cuenta de que algo fallaba: su colorida clientela estaba formada por blancos caucasianos, jubiletas, golforras despedidas de solteros, europeos despistados, parejas en un finde guarro, representantes de congreso con traje y deportivas baratas… pero no había orientales. Ni japos, ni chinos, ni nadie con los ojos rasgados. Ni uno. Se les escapaba esa fracción de mercado cada vez más onerosa. Hasta que alguien dio con la tecla. En el lejano oriente, el del extremo del todo, son sumamente supersticiosos y que te devore un felino es lo peor que te puede ocurrir, trae la más mala de las suertes, y lo anecdótico se torna para ellos en maldición. Los orientales no entraban porque creen que pasar por aquella leonina puerta les trae un mal fario horroroso. La tuvieron que quitar.

Justo enfrente está el «New York, New York», y no es un edificio sino uno solo formado por una pila de ellos interconectados que emulan la silueta de La Gran Manzana. Viendo el resultado piensas que los planos arquitectónicos pudieron haber sido dibujados por el mismísimo Satanás. Justo delante, y pegada a la acera, hay una estatua de la libertad a escala, un camión de bomberos, y una reproducción de las fuentes que hay en la neoyorquina Washington Square. Tras el 11-S la gente, de forma espontánea y a modo de homenaje, llevó camisetas de departamentos de policía y de bomberos de todo el país. Las dejaron sobre la valla metálica que hace de barrera de la fuente en agradecimiento a los que sacrificaron sus vidas para salvar las de otros. Eran camisetas, eran gratis, y estaban a la mano del primero que pasase. Nadie tocó ni una en años. Ni una. Con el tiempo se deterioraron mucho y las tuvieron que retirar, pero allí quedó el gesto, propio de gente noble y agradecida.

Red Bull hizo una exhibición en Las Vegas recientemente.

Si te quedas parado delante de esa fuente, a tu izquierda tienes alineados y por orden de aparición tres casinos importantes: el Excalibur, el Luxor con forma de pirámide y que por las noches emite un rayo láser al cielo, y el Mandalay Bay. El primero y el último son propiedad de los mismos, y para facilitar a los visitantes han puesto un tren elevado, otro monoraíl, que te lleva de gratis de uno a otro pasando por delante de la pirámide. Si te paras ante el Luxor justo a tu espalda está en aeropuerto internacional McCarran. ¿Que cómo se va al aeropuerto? Pues andando, basta con cruzar la calle, porque está poco menos que en pleno centro urbano. Puedes verlo en la película ‘Ocean´s 11’. Cada día varios 737 de una desconocida compañía aérea llamada Janet Airlines despegan desde sus pistas. En ellos vuelan los empleados civiles, ingenieros en su mayoría, que van por el aire hasta el Area 51, situada a unos 120 kilómetros al norte. Te gustaría colarte en uno de sus trece aparatos, ¿eh? Pues no te será fácil. Sin embargo será mucho más sencillo entrar en el Tropicana, que está pegado y en el que si entras te saluda a tu llegada un Ferrari. Y es que un Ferrari es uno de los premios estrella. Si pasas, juegas y te toca, puedes entrar en bermudas y salir subido en un hijo de Maranello.

En subido en ese rojo deportivo podrías encarrilar la avenida de los casinos, donde sus edificios no están dispuestos de cara a la calle sino de manera oblicua, para que veas su cara de la que te acercas según avanzas por la avenida. En tu paseo te vas a topar con el Bellagio, cuya fuente actúa varias veces al día; el suelo se mueve cuando la disparan y baila al son de la música. Si te metes dentro del casino no mires al suelo, sino al techo. Te vas a encontrar con las dos mil flores de cristal sopladas una a una por el artista Dale Chihuly que conforman una lámpara valorada en tres millones de dólares. Poco más allá, a unos metros, está el Caesar´s Palace, en cuyo aparcamiento se disputaron los Grandes Premios de 1981 y 1982. ¿En un parking? Er… bueno, parte de la base que es tan grande que tiene su propia línea de autobuses, para que los clientes no lleguen cansados de andar desde su coche hasta el casino, que no se trata de los Juegos Olímpicos. Como todo en Las Vegas, suele estar tematizado y con el juego de por medio. Si en Excalibur tienen caballeros con armadura en la entrada, o payasos en Circus Circus, en el Palacio del César te atienden camareras vestidas de patricias romanas con túnica y chancleta, los seguratas van ataviados como legionarios, y en las esquinas puedes apostar en máquinas con carreras de cuadrigas que corren en pistas de Scalextric.

El Strip está jalonado de lugares coloristas, sumamente baratos para comer con menús de a diez dólares, tirados de precio. Ese es el anzuelo porque el negocio está dentro. Hay otros cebos, como poder ver cantar a Earth, Wind & Fire, Julio Iglesias, Barbra Streisand o Mariah Carey al mismo tiempo tan solo cruzando la calle y a precios irrisorios. Es el único lugar del mundo donde El Circo del Sol tiene sede permanente, y por nada del mundo te pierdas la actuación del Blue Man Group, unos músicos callejeros que acabaron en el Olimpo de las actuaciones.

Hay algo que funciona mal en Las Vegas: todo está enmoquetado. ¿Que y qué? Que te irás cargando permanentemente de electricidad estática y pegarás chispazos por todas partes cada vez que toques algo. Por contra hay cosas muy bien solucionadas, como es el entramado de cada espectáculo, incluidos los que se pueden ver por la calle, como el del hotel Treasure Island. El Isla del Tesoro está tematizado, como su nombre indica, de piratas. Su reclamo está en la puerta y es es-pec-ta-cu-lar. Cada hora y media hay un pase, y se arremolinaba tanta gente ante su entrada que tuvieron que poner una tarima escalonada en la acera con esos chismes que pulverizan agua y refrescan, que estás en mitad del desierto.

El hotel lo conforman dos edificios que conforman una uve cóncava en su planta, y en ese espacio, en lugar de tener jardín lo que tienen es una suerte de piscina triangular. El show es que hay un barco pirata a tamaño natural, desde detrás del albergue llega otro navegando por esa piscina, se enzarzan, se pelean, se asaltan, y uno se pega fuego y se hunde… delante de tus narices. En lugar de un folletillo en la puerta te ofrecen de gratis ¡una batalla naval! Y todo para que te quedes allí un rato y decidas entrar, claro, y allí te dejarás tus dólares en cualquier máquina, mesa de juego, o partidas de póker más privadas.

Todo converge en que tu dinero entre por la puerta y no salga de ella. Y claro, cuando te dicen que el impacto económico del Gran Premio de Las Vegas está calculado en 500 millones de dólares comprendes que será un absoluto éxito, al menos en el plano económico. Negocio, marketing, espectáculo, la triada mágica que los americanos manejan como nadie. Por eso esta carrera va a ser un pelotazo. Ah, ¿que corren coches? Eso es ya otra cosa… un añadido pintón.

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