Motor.es

Virutas F1La Fórmula 1 se equivoca

Parece increíble, pues la Fórmula 1 ha sido siempre una pionera en casi todo. Con los patrocinios, con los hospitalities, con las retransmisiones internacionales venidas como un producto unitario, en cuestiones tecnológicas. Pero en las redes sociales pincha en hueso…

13 min. lectura

Publicado: 27/05/2018 10:40

En un mercado comercial de orden planetario son siempre los peces pequeños los que corren más por una cuestión de supervivencia, y en muchas ocasiones acaban siendo grandes. Sin embargo en la Fórmula 1, el tercer deporte global más seguido tras el fútbol y los Juegos Olímpicos, sus redes sociales fallan como una escopeta de caña, en especial donde deberían ser más potentes: los pilotos. Los chicos de Chase Carey hacen esfuerzos a diario desde sus oficinas al lado de Picadilly Circus, tuitean más que nunca, ponen vídeos muy bien compuestos, pero si su cuenta de Twitter en inglés con un universo planetario y con dos docenas de eventos oficiales al año tiene los mismos seguidores que La Liga de fútbol española, es que hay algo que no están haciendo bien. Si sumas a esto lo flojaina, irregular y aburridísimo de la presencia digital de los pilotos, verdaderas estrellas de este negociado, obtienes que se mira mucho al pasado y poco al futuro.

La influencer Dulceida cobra 10.000 pelotes en mano a Inditex cada vez que se hace un selfie con un gorrito, un bolso o unos tacones. Lo abultado e incomprensible de esta factura es debido a que antes de tres semanas el producto que ha usado a la atractiva morena como percha se ha agotado en Zara. Hay un colega que trinca 2.000 por cada una de las cuatro camisetas que esos mismos gallegos le dan al mes, 8.000 pelotes/mes, 96.000 al año. Se echa dos fotos por camiseta, y al poco tiempo no queda ni una en las tiendas. De la misma manera conduce un Ford Kuga el año entero por la jeró a cambio de poner un tuits favorables a la marca.

¿Inversión de ambos en infraestructuras, empleados, tecnologías o I+D+I? El coste de un iPhone, un palo-selfie y una conexión con datos suficientes como para poder enviar una docena de fotos al mes. ¿Sabes lo que dicen que pide Cristiano Ronaldo por poner algo en su Twitter? Se rumorea que un cuarto de millón de euros. En 2016 a Virutas los de Campos Racing le invitaron a un evento en Albacete para rodar con un Fórmula 3, muchas gracias, por cierto. Los de Goldcar, que eran los que pagaban la fiesta, llevaron a un youtuber de pelos azules y diversos piercings desparramados por su joven anatomía. La chica de la compañía le conminó a poner un hashtag concreto en el timeline de sus redes sociales y el fulano, con poco más de veinte tacos, le respondió “si quieres que ponga algo tienes que hablar con mis representantes, que los cobro a 250 euros”. Hace unas semanas varios integrantes de espacio televisivo Hombres, mujeres y viceversa visitaron a los chicos de Royal Experience en El Jarama, esos que organizan experiencias de derrapaje a bordo de unos Caterham y que tienen un autobús de dos plantas. Los canis y chonis de ese subproducto de terrible factura y lamentable legado sociocultural replicaron su experiencia a través de las redes sociales y las reservas se triplicaron, la centralita del circuito se colapsó y el buzón de email de los organizadores comenzó a dar problemas por saturación.

Calcula ahora el precio de tu seguro de coche

¡Infórmate!

¿Un ejemplo más cercano? La marca de talegas de viaje LAT 56 llegó a un acuerdo con McLaren. Sacaron una colección de maletas de viaje, trolleys, mochilas y una que entregaron al personal ejecutivo del equipo, de la que aseguran tomaron sus consejos para diseñarla. Apenas la han anunciado por redes sociales y poco más, y sin embargo de este último modelo, la Pilot Case, se quedaron sin existencias en apenas unos días. Ahora vuelven a tenerlas pero cuestan más caras.

Las redes sociales de los pilotos, en general, son aburrídisimas. “Esta es la ensalada que me voy a comer”, “esta es mi bici nueva”, o “mira qué abdominal estoy haciendo”. No cuentan casi nada, apenas aportan información que es pública, casi ninguno se presta a hacer vídeos divertidos, contenidos específicos, o se dedican al deporte de bloquear a todo aquel que no les adule o les haga alguna observación desfavorable o un chiste. Esta absurda manía, la de no soportar palabras ajenas (que un juzgado ha prohibido de manera legal a Donald Trump) es como si los directores de cadenas televisivas fueran de casa en casa apagando las televisiones: te cargas a tu clientela.

Las redes sociales de los pilotos, en general, son aburrídisimas

El único que ha entendido esto de verdad es Lewis Hamilton. El tío no da puntada sin hilo y aprovecha cualquier posado en sus vacaciones para colar unos auriculares Bose SoundSport Free o un altavoz SoundLink Revolve. A ver si te crees que lo hace gratis. En Tommy Hilfiger celebran como goles de Messi cada uno de sus selfies porque saben que una estrella global, tras esa nimia jugada, traerá un mensaje de correo electrónico en sus factorías en las que se pueda leer: “triplica la producción de la camiseta tal”, que es lo que suele ocurrir.

La Fórmula 1 está demasiado ocupada en megacontratos de cientos de millones, reglamentos que explicar a un público que no los entiende, negociaciones con circuitos y cadenas de televisión, pero olvida esta microeconomía. Que le pregunten a Dani Clos. Ya apenas corre y ahora es Youtuber. Sus videos gustarán más o menos y tampoco se forra con ellos pero, y aquí está la clave, da conferencias, le invitan a eventos, y le caen cositas con las que podría vivir dignamente con no demasiada dificultad. Se expone, se le ve, ergo se vende: es un producto en sí mismo.

Sebastian Vettel, una de las grandes estrellas de la Fórmula 1, no tiene presencia alguna en las redes sociales.

Esto del dinero, del mercado, del negocio, es una cara bien visible de la moneda. Lo que en la Fórmula 1 parecen no entender es que gracias a las redes sociales te integras en la realidad de un mundo cambiante que ya apenas hace caso a los medios tradicionales. Los periódicos son raquíticos con cada vez menos páginas, las revistas, especializadas o no, tienden a desaparecer y las televisiones que ahora son de pago acaparan cada vez menos audiencia que cada vez está más atomizada. La digitalización del mundo ha traído un cambio endemoniado en la forma de alcanzar al público y ahora Netflix, HBO, Youtube, Spotify y redes sociales tienen secuestrados a millones de pares de ojos. No estar ahí es no estar en el mundo, y lo que es peor, cuanto más tiempo se tarde en estar, más atrás te quedarás en un momento de nuestra existencia en el que el que llega segundo es el primero de los perdedores.

Se puede pasar de ser el rey a la irrelevancia en un chasquido dactilar, y en esto los pilotos tienen mucho que decir, no en vano Hamilton duplica los seguidores de la propia F1. Si las estrellas brillan, el halo digital que rodea a este hombre anuncio y prescriptor de este deporte en lugares tan rocosos comercialmente como EEUU son fundamentales. Los pilotos están, o deberían estar concentrados en hacer lo que mejor saben hacer: correr. Tienen que jugarse el bigote los domingos, analizar datos, hablar con los enviados especiales en las pistas, asistir a actos públicos, comunicarse con sus ingenieros ¿y estar pendientes de su Instagram? No, no pueden, tienen poca formación en temas de marketing, de comunicación, no son estrategas en la materia y de ahí lo flojuno de su performance digital.

Si los medios de comunicación tradicionales tienen redacciones, expertos, asesores, y tipos muy profesionales y conocedores de esa materia, ¿por qué los pilotos tienen ingenieros de confianza, médicos, fisios, road managers y hasta psicólogos y no tienen un consejero en comunicación? Es obvio que no lo tienen y no sólo pierden dinero, sino que desperdician su fama, no le saben sacar rentabilidad, no crecen ante un público que en ocasiones ni les conoce, y como consecuencia la Fórmula 1 se queda anclada en el pasado. Te vas a un equipo como Ferrari, que es EL EQUIPO, y sus pilotos ni siquiera tienen de esto. Únicamente Kimi posee una cuenta de Instagram en la que pone fotos de sus hijos y poco más, cuando tiene a millones de seguidores sedientos de saber cosas de él, aunque sean chorradas. Pero ni eso.

Echa un vistazo al ranking Merit, el del valor de la imagen de los deportistas, y verás que los que más valor tienen son los que acumulan una cantidad de followers insultante. Más seguidores, más alto en el ranking, más vales para los patrocinadores. Es sencillo de entender.

El Rubius, youtuber vecino de Virutas, técnicamente no hace nada; si lo hace de facto. No es un tenista ganador, no es cantante, no escribe novelas increíbles, no protagoniza teleseries. Es famoso porque él se saca en vídeos haciendo cosas sin excesivo valor, pero hace poco fueron a recibirle 1.500 personas a un aeropuerto argentino y factura cifras que muchos pilotos de carreras de la actual parrilla no perciben.

Gusten o no, las redes sociales son un medio de comunicación. Llevan, traen, son plataforma que transportan ideas, información y productos. Hay gente que no es que no lea periódicos de papel, esto es ya muy normal, es que tampoco apuntan sus navegadores hacia los medios tradicionales digitalizados, sino que su ventana al mundo es exclusivamente los titulares que leen en Facebook o Twitter. Si lo primero permite extenderse un poco más, lo segundo da apenas titulares. A estos dos actores, correctamente manejados por los que transmiten información, hay que sumarles Youtube e Instagram. O la Fórmula 1, y sobre todo los pilotos, se tiran de cabeza ya, o la competición seguirá lastrada con un ancla cogida del pescuezo en el fondo de su pasado y las consecuencias se van a ver muy pronto. En una década igual ya es demasiado tarde. Ale, arreanding.

Compártela en:

Pixel