No es broma, Reino Unido se va a gastar 50 millones en tapar el sol para frenar el cambio climático
El gobierno británico va a financiar un proyecto que imita a los volcanes y su potencial influencia en la temperatura terrestre. Esta técnica genera controversia por las implicaciones que puede tener en las lluvias, los ecosistemas o, incluso en la geopolítica.

Imagina un escenario de ciencia ficción en el que los humanos, con tal de enfriar el planeta, deciden imitar el comportamiento de un volcán en plena erupción. Pero no se trata de una película: es ciencia real, y Reino Unido está a punto de invertir 50 millones de libras en experimentos que buscan hacer justamente eso.
Sí, has leído bien. El gobierno británico, a través de la Agencia de Investigación e Invención Avanzada (Aria), se prepara para financiar uno de los programas más ambiciosos —y controvertidos— del momento: experimentar con técnicas para reflejar la luz solar antes de que llegue a calentar la Tierra. En otras palabras, ponerle unas gafas de sol al planeta.
Un error de cálculo podría alterar los patrones de lluvia, afectar ecosistemas enteros o generar conflictos geopolíticos
Cuando la sombra es una solución
La lógica detrás de esta estrategia, conocida como geoingeniería solar, es tan sencilla como provocadora: si reducimos la cantidad de luz solar que llega a la superficie terrestre, podemos disminuir —al menos temporalmente— la temperatura del planeta.
No estamos hablando de apagar el sol, sino de devolver parte de sus rayos al espacio antes de que hagan estragos en forma de sequías, incendios o tormentas extremas. Una de las técnicas más estudiadas es la inyección de aerosoles estratosféricos. Consiste en liberar pequeñas partículas en la parte alta de la atmósfera para que reflejen la radiación solar, de forma similar a como lo haría un volcán tras una gran erupción.
De hecho, el fenómeno está inspirado en sucesos naturales como la erupción del Monte Pinatubo en 1991, que provocó un enfriamiento temporal del planeta al dispersar millones de toneladas de azufre en la atmósfera.
Otra línea de investigación, algo más marina y menos volcánica, es el blanqueamiento de nubes oceánicas. Aquí la idea es que barcos especializados rocíen partículas de sal en el aire para aumentar el brillo de las nubes sobre el mar, lo que a su vez haría rebotar parte de la luz solar antes de que llegue al océano.
Y también hay quienes proponen modificar las nubes de tipo cirro, que hoy actúan como una manta térmica, para que dejen escapar más calor al espacio.

Una tecnología polémica, pero cada vez más discutida
No cabe duda de que estas ideas suenan atrevidas, incluso inquietantes. Muchos científicos las consideran un último recurso, una especie de plan B si el recorte de emisiones no avanza con la velocidad necesaria.
Y no es para menos: jugar con el termostato del planeta implica riesgos enormes y consecuencias imprevisibles. Un error de cálculo podría alterar los patrones de lluvia, afectar ecosistemas enteros o generar conflictos geopolíticos.
Aun así, el hecho de que Reino Unido esté dispuesto a invertir decenas de millones en este campo es una señal clara de que la comunidad científica empieza a ver estas soluciones como una posibilidad real. No como sustituto de la descarbonización, sino como un parche de emergencia mientras ganamos tiempo.
El propio profesor Mark Symes, director del programa en Aria, lo dejó claro: se trata de experimentos pequeños y controlados, que podrían aportar datos cruciales sobre cómo avanzar o detener esta línea de investigación.
La geoingeniería solar no es magia, ni una excusa para seguir quemando combustibles fósiles como si nada. Tampoco es un botón de reinicio para el planeta. Pero frente al avance imparable del cambio climático, explorar todas las opciones científicas —por controvertidas que sean— podría marcar la diferencia entre una transición ordenada o un desastre irreversible.
Fuente: GB NewsFotos: GB News
