¿Puede una bici eléctrica sustituir al coche o la moto? Lo comprobé y este es mi veredicto
¿Es realmente viable que una bici eléctrica se convierta en tu único medio de transporte en la ciudad? Pasé 24 horas con ella como compañera de aventuras urbanas. Tráfico, recados, lluvia y sorpresas: esto es lo que descubrí.

La idea era simple: dejar aparcado el coche, ignorar el transporte público y esconder las llaves de la moto durante 24 horas. Sólamente yo, una bici eléctrica y una ciudad que no perdona despistes ni atascos.
En plena era de Zonas de Bajas Emisiones (ZBE, si lo prefieres), aparcamiento imposible y gasolina con complejo de perfume de lujo, la pregunta me rondaba desde hacía tiempo: ¿puede una bicicleta eléctrica ser una alternativa real al coche o a la moto en el día a día?
¿La usaría cada día? Sí, probablemente. ¿Me desharía del coche o la moto?
Una idea, una bici y muchas cuestas
La premisa era sencilla, al menos sobre el papel: únicamente yo, una mochila y la PVY Z20 Pro, una bicicleta eléctrica urbana que ya probé hace tiempo y que, con su espíritu polivalente, es una de las eBikes más económicas que puedes comprar en la actualidad (si vamos a hacerlo, tiene que ser con una máquina terrenal, asequible para quien se lo plantee de verdad).
¿El objetivo? Comprobar si este tipo de vehículo puede sustituir realmente al coche o la moto en el día a día. La teoría promete muchas ventajas, pero ¿qué pasa cuando la realidad incluye tráfico, prisas, recados, clima cambiante, carga y tapas de alcantarilla mal colocadas?
La máquina: PVY Z20 Pro, compacta pero matona
Antes de lanzarme al asfalto, repasé a fondo la bici. La PVY Z20 Pro es una plegable de cuadro robusto, motor de 250 W con asistencia hasta 25 km/h, cambio Shimano básico de 6 velocidades y una autonomía prometida de hasta 80 km. Espóiler: depende mucho de cuánto pedalees tú y de cuánto trabaje el motor.
Lleva frenos de disco, suspensión delantera, iluminación integrada, y un cuadro y un manillar plegables. Esto último resulta útil si vives en un piso pequeño o tienes que subirla a la oficina. Aunque pesa lo suyo: casi 25 kilos con batería incluida.

Mañana: al trabajo con café en mano y coches en el retrovisor
Salí de casa sobre las 7:30 de la mañana con destino a una reunión en Malasaña. Normalmente, ese trayecto lo hago en coche o en transporte público, y ambos implican estrés matinal: tráfico, semáforos eternos, o el siempre emocionante juego de encestarme en el metro justo cuando cierran las puertas. Pero esta vez fue distinto.
Con la bicicleta, el arranque fue suave, literal y figuradamente. Activé la asistencia al nivel 2 de los tres disponibles (modo intermedio: ni modo tortuga, ni jet urbano) y fui encadenando calles y carriles bici como si Madrid fuera una maqueta perfectamente diseñada para ciclistas… que no lo es, pero en ese momento lo parecía.
Tuve que esquivar algún que otro coche mal aparcado y más de un peatón mirando el móvil, pero la bici se movía con soltura entre el tráfico. El trayecto duró 22 minutos, cuando en coche puede alargarse a 30 o incluso 40 si hay atasco y toca buscar sitio para aparcar (que pocas veces lo hay).
Con la bici, candado, cerradura, y en dos minutos estaba tomando un café con tostadas.
Mediodía: recados, pendientes y algún que otro bache
A eso de las 12:00 h salí rumbo al centro comercial Príncipe Pío para recoger un paquete. Unos tres kilómetros con bastante movimiento de tráfico y ciclistas despistados.
Subí el nivel de asistencia al máximo (modo 3) para llegar sin esfuerzo, y aunque casi no sudé, sí noté que en las cuestas el motor trabaja, pero obviamente tú también tienes que aportar algo si no quieres que se convierta en una tortura (el motor sólo curra si lo haces tú también, cortesía de una UE).
La recogida fue rápida y ahí vino el primer reto: ¿dónde meto la caja? Era mediana, ligera, pero voluminosa. La enganché a la parrilla trasera con un pulpo elástico y crucé los dedos. Aguantó, pero no lo recomendaría como sistema de transporte profesional. Lo ideal: alforjas laterales o mochila bien ajustada a tu espalda.
Después, tocaba parada rápida en una ferretería en Argüelles y luego visita familiar exprés en Chamberí. Este fue el momento en el que me di cuenta de lo mucho que facilita las cosas poder dejar la bici literalmente en la puerta.
En total, entre desplazamientos, esperas y tareas, calculo que ahorré al menos una hora respecto a haberlo hecho en coche (sumando tráfico y aparcamiento) o en transporte público (esperas y trasbordos).
Tarde: lluvia traicionera y pedaladas reflexivas
A las 16:30 el cielo decidió que era momento de complicarme el día. Empezó con unas gotas tímidas, pero a los cinco minutos ya estaba en modo lluvia de festival de verano. Y ahí, como en todas las historias ciclistas, llega el punto de inflexión.
La bicicleta se comportó mejor de lo esperado. Las ruedas anchas ayudaron a mantener el agarre incluso sobre pasos de peatones mojados y los frenos de disco respondieron de forma bastante efectiva.
Lo que no respondió tan bien fue mi ropa, que absorbió la humedad con entusiasmo. La mochila impermeable salvó los papeles del paquete y el móvil, pero la chaqueta ligera no estaba preparada para una tormenta.
Tuve que refugiarme 20 minutos bajo una marquesina en La Latina hasta que escampó. Lo aproveché para revisar el estado de la bici, comprobar la carga de batería (todavía al 62 %) y secar un poco el asiento con un kleenex.

Noche: plan improvisado y vuelta con las calles medio vacías
A las 20:00 surgió una cena improvisada con unos amigos en Lavapiés. Desde mi casa son algo más de 4 km, la mayoría cuesta abajo, así que fue un paseo. Opté por nivel de asistencia 1 para ahorrar batería y llegar con algo de esfuerzo, pero sin parecer que venía de una etapa del Tour.
Aparcar fue, otra vez, lo mejor. Mientras mis amigos daban vueltas para encontrar hueco o esperaban al VTC de turno, yo ya estaba dentro, candado puesto, batería a buen recaudo.
La vuelta a casa sobre las 23:00 fue tranquila, incluso agradable. Las calles estaban más vacías, el aire fresco y el motor ayudando justo lo necesario.
A esas horas, la bici eléctrica gana aún más puntos: sin ruidos, sin horarios de metro, sin preocuparte por los últimos buses. Eso sí, asegurándome de estar bien visible para el resto de vehículos que me encontraba.
La bici eléctrica como reemplazo del coche o la moto en la ciudad
- Ahorro de tiempo en trayectos cortos y medios.
- Cero gastos en combustible, zona SER o mantenimiento mecánico complejo.
- Te olvidas de buscar aparcamiento.
- Necesitas buena autonomía para un uso urbano intensivo.
- Conducción relajada y sin sudar demasiado gracias a la asistencia.
- Clima adverso = experiencia mucho menos cómoda.
- Transporte de cargas relativamente voluminosas o acompañantes: inviable sin adaptaciones.
- Peso elevado si se acaba la batería o tienes que cargarla en casa sin ascensor.
- Seguridad y riesgo de robo: candado sí o sí, y mejor si puedes subirla contigo.
- Necesitas ropa específica si quieres ir seco, visible y con estilo (el combo es difícil).

Conclusión: ¿reemplazo o complemento?
Tras 24 horas de convivencia intensiva en una ciudad que no es precisamente plana como Madrid, lo tengo claro: una bici eléctrica puede llegar a sustituir a un coche o moto en la ciudad, siempre y cuando todo lo que puedas llevar contigo quepa en una mochila (poco más) y, por supuesto, que te prepares para hacer frente a la meteorología.
Para trayectos urbanos, recados, ocio, y hasta para ir a trabajar en un entorno en el que la vestimenta no sea muy estricta, es más que viable. Eso sí, hay que cambiar el chip, invertir en algunos accesorios y aprender a moverse con otra lógica. No es la velocidad, sino la fluidez lo que marca la diferencia.
¿La usaría cada día? Sí, probablemente. ¿Me desharía del coche o la moto? Todavía no… pero después de esta prueba, entiendo que mucha gente los vea más como plan B que como primera opción.