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Dakar 2020«Volando voy»: así fue la experiencia de Charly López en el Dakar

Thump-Thump-Thump-Thump-Thump… el rítmico sonido de las aspas del Eurocopter color azul quedaban amortiguadas por los clásicos auriculares marca David Clark que llevaba puestos. Última jornada de su segundo Dakar, y allí estaba, sentado en el asiento trasero de la aeronave.

«Volando voy»: así fue la experiencia de Charly López en el Dakar
Charly López, fotógrafo oficial de ASO en el Dakar 2020. - Charly López | ASO

28 min. lectura

Publicado: 23/01/2020 13:30

Delante Jean Marc, el piloto y David Castera, el director de la prueba; a su derecha uno de los médicos de la organización. Mirando a la izquierda, al otro lado del cristal y cien metros más abajo, una porción de los algo más de dos millones de polvorientos kilómetros cuadrados de Arabia Saudí, unas cuatro veces España. El viento lateral bamboleaba la carlinga, pero Carlos «Charly» López… sonreía.

Nueve años antes un dependiente de El Corte Inglés le despachó, a cambio de unos 500 euros, su primera cámara, una Nikon D3000. Con su traje gris claro de Emidio Tucci comprado en la tercera planta del mismo edificio le dijo con el recibo en la diestra, «ale, y ahora a la calle, a reportear». López, con la mirada perdida en las dunas saudíes, se acordó de aquel tipo trajeado mientras las aspas arremolinaban arena y polvo a su paso tras la tercera operación de despegue de la mañana. Aquel día, como casi todos, trabajaría sin que sus botas de caña baja Merrel tocaran el suelo, levitando, gracias a los 742 caballos del motor Turbomeca de su alfombra mágica.

Y es que Charly salió de Pola de Siero, Asturias, apoyado en una pértiga digital venida del país del sol naciente repleta de megapixels. Pero no son las cámaras las que hacen buenas fotos, sino los fotógrafos, por eso no fue su Nikon sino sus ojos los que se han llevado el premio Emilie Poucan a la mejor imagen de la edición 2020. La desaparecida reportera francesa dio nombre al galardón que el asturiano se embolsó a cambio de una toma realizada durante la novena etapa entre Wadi Al Dawasir y Haradh. A cuenta de esta foto, el reportero fue uno de los primeros en subirse al pódium del Dakar, no en vano la entrega del premio consistente en un peluco de la marca Rebellion fue justo antes de que subieran los participantes en la carrera a recoger sus trofeos.

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Típico de los fotógrafos: llegar antes de que ocurran las cosas importantes. Si el resto de los alrededor de cincuenta fotógrafos que siguieron la prueba quisieran uno igual, tendrían que apoquinar los casi 4.000 leuros que cuesta el invento. Una docena trabajan para la organización, cinco de la mano de la agencia francesa DPPI y otros tantos de la brasileña Photop. Otros dos, y Charly es uno de ellos, lo hacen contratados de forma directa por ASO, la empresa organizadora.

Al inicio de su carrera profesional, cuando esto del Dakar ni siquiera era un sueño, Charly quiso dar vida a la cámara que se autoregaló por su cumpleaños y comenzó a hacer fotos de rallyes, que le gustaban mucho. Acudía a los que podía subido en su Clio azul hasta que en la agencia portuguesa @World se fijaron en su trabajo y comenzaron a distribuir sus imágenes. Esa fue la puerta de entrada al WRC, su especialidad. Tras dos años siguiendo esa categoría su primera experiencia en el Dakar le llegó en 2019. En su estreno le tocó acompañar al director de carrera volando sobre Perú, nunca lo había hecho, y la experiencia fue excelente.

«Pero mejor fue este 2020, muy distinto, ya sabía dónde pisaba», afirma Charly. «El responsable de esta edición era nuevo. David Castera había sido participante como copiloto, muy perfeccionista, muy preocupado por que todo vaya bien, que no falte nada, la seguridad… y entendió desde el primer momento que mi trabajo formaba parte de sus tareas diarias, lo que facilitó bastante mi parcela». A Charly le dieron una decena de camisetas oficiales del Dakar, unos cuantos polos de manga larga, y lo más valioso de todo: un polar «es que no veas tú el frío que nos hizo», exclama a pesar de ser originario de un lugar no conocido por una climatología especialmente benigna.

«Si es un accidente sin consecuencias chungas sí que hago fotos; si es malo, ves las caras y es mejor no hacer nada»

En las fotos de Arabia Saudi ves camellos, jeeps por la arena del desierto, tipos de blanco cubiertos de pies a cabeza y te imaginas lo obvio: calor. Pero los participantes de este Dakar han conocido en primera persona temperaturas de entre cero y cinco grados, sobre todo al amanecer, que es cuando más frío hace y aunque era lo esperado no dejaba de ser sorprendente.

La actividad en cada etapa arranca sobre las cinco de la mañana y antes de despegar a Castera le gusta presenciar a las primeras salidas de la jornada. Como el médico, que carga una voluminosa mochila de emergencia, Charly suele esperar al director de la prueba en el pájaro metálico. Con las primeras luces del día el helo de director de carrera abandona el suelo para convertirse en el dios padre que controla todo desde las alturas. En contacto permanente con el PCO, la sala de guerra de la prueba en tierra, el responsable habla de forma continua. Desde control le pasan datos de GPS, incidentes, partes meteorológicos, y otros pormenores para que tome decisiones sobre la marcha si fuera necesario.

Carlos Sainz surca una de las dunas mientras es inmortalizado por la cámara de Charly López.

Charly, desde atrás, puede oírlo todo pero no hablar por la línea de órdenes del sistema, solo con los tripulantes del helicóptero. La cabezas bajan, las frentes se arrugan y el silencio se convierte en un incómodo pasajero más cuando por radio les cuentan que ha habido un accidente. Si es grave el helicóptero abandona su trayectoria programada y arrea a todo lo que permite el propulsor para atender a los heridos. «Antes de llegar ya sabes si es algo importante, y he tenido la suerte de que me han tocado muy pocos de estos. Por el GPS sabemos dónde ha sido, tiramos para allá, aterrizamos, y nos bajamos a ver qué ocurre. Si es un accidente sin consecuencias chungas sí que hago fotos; si es malo, ves las caras y es mejor no hacer nada. Si todos están atendidos y los procedimientos están en marcha, volvemos al aire», afirma Charly.

La organización dispone de una decena de helicópteros, tres para las televisiones, cuatro medicalizados y para uso exclusivo de los aerogalenos. Los fotógrafos sí que disponen de uno para ellos en los que se suben dos de la organización de forma permanente, mientras que las otras dos plazas disponibles son rotatorias para periodistas acreditados. Los fotógrafos reciben una guía diaria con los mejores puntos para hacer su trabajo a modo de recomendación, con dos o tres emplazamientos interesantes y cómo llegar a ellos. Si no disponen de helicóptero, que es lo normal, suelen llegar a dichos puntos por sus propios medios, y es un trabajo duro. Muy duro. Se levantan horas antes de que partan los primeros participantes para estar en el lugar adecuado, preparados y a la espera. Muchos incluso, salen la tarde antes y duermen allí en el interior del 4x4, a la espera.

«En Perú era peor porque no había estas carreteras, o no tantas ni tan buenas», explica López. «En Arabia Saudí ha ido mejor en este aspecto porque los periodistas podían ir de punto a punto por unas vías bastante correctas, en general. Una vez que llegaban a la altura de la zona recomendada o donde querían hacer sus fotos de forma voluntaria abandonaban el asfalto y se metían por el desierto hasta alcanzar la posición elegida». Ocurre que los participantes no trabajan para dejar contentos a los foteros, sino al cronómetro, y lo planificado desde fuera de la prueba no siempre funciona. «Muchas veces te comes al primero. Los participantes salen y el líder va un poco por donde le parece, crea rodera, y los demás la van siguiendo. Es raro que si la mayoría pasa por un sitio haya quien no siga ese camino, pero puede ocurrir que el primero no pase por el punto donde estén los fotógrafos, y se tengan que desplazar varios kilómetros para esperar a los siguientes, o sea, que siempre te comes alguno».

El helicóptero de Charly despega cada mañana sobre las seis y detiene su turbina alrededor de las cuatro, diez horas en el aire «…pero con paradas. Al menos dos o tres al día, para repostar. Al depósito le entran 600 litros, pero con eso no vuelas todo el día. La organización tiene previsto esto y en mitad del recorrido hay lugares donde se para a repostar. Siempre son 15 o 20 minutos que aprovechas para comer algo, ir al WC (risas) y se hace alguna foto del montaje». Cada acreditado desayuna y cena en esa suerte de ciudad rodante denominada «vivac», y para que echen el resto del día reciben una bolsita con agua, barritas energéticas, galletas, frutos secos, y a veces una ensalada con atún y maíz, pero nada de comidas contundentes. Con una frecuencia pasmosa la tarea es tan intensa que te olvidas de comer y caes en la cuenta que ese día no has zampado al final de la jornada, cuando paras tu actividad.

Charly López, viajando en el helicóptero de la organización.

Una de las cosas más alucinantes del Dakar es la logística, y es que la treintena de trailers, otros tantos autobuses y decenas de vehículos auxiliares más pequeños tienen su propia carrera. La ciudad rodante de ASO está preparada para atender a unas 2.800 personas y cada día su geometría es un clon de la jornada anterior; cada elemento está en el mismo sitio pero en otras latitudes. El vivac toma cuerpo y los WC, la sala de prensa, o los dormitorios están situados de la misma manera, así nadie se pierde. Para los empleados de la organización ASO dispone de los llamados «whisky», tráilers que podrían llevar gasolina, piezas mecánicas o víveres pero no son más que dormitorios rodantes. Sus remolques está partidos en dos habitaciones con dos baños y cuatro literas cada uno; en total suman dieciséis camas. El agua de la ducha suele estar caliente «menos dos días, que estuvo fría y no veas tú…», rechista López ante la gélida tesitura.

«Te levantas muy temprano, cuatro y media o cinco de la mañana, pero no solo porque empiezas a trabajar, sino porque los ‘whiskys’ se piran disparados al siguiente destino; a las seis ya no están allí. Cuando llegamos a la siguiente parada están listos para ser usados (en ellos ha viajado tu equipaje) Es alucine ver como funciona todo sin un fallo, son como un reloj suizo». A pesar de todo el que habla es un privilegiado. Lo normal es dormir en tiendas de campaña, haga frío o calor, la antítesis del cuatro estrellas que le asignaron antes de la salida en Yeddah, o el hotel de la meta, en la ciudad de Qiddiyah. Los periodistas independientes lo llevaron bastante peor y para evitar el frío hasta montaron sus tiendas de campaña dentro de la carpa de prensa; carpas dentro de otra carpa. Lo habitual es llegar a la sala de prensa-fonda-para-homeless sobre las cuatro o cinco de la tarde. A esa hora redactores, foteros y camarógrafos de distintas televisiones montan sus crónicas y disponen de Internet con una buena conexión.

«Si tiene algo realmente bueno y hay cobertura, Charly les pasa las fotos al equipo que lleva las redes sociales del Dakar»

Han de acabar antes de las nueve; a esa hora los técnicos cortan el flujo de datos y se largan a la siguiente parada. Viajan de noche para que al día siguiente todo esté en orden de uso cuando llegue el primer reportero. Si no has mandado tu crónica antes de la hora límite te quedas tirado o te buscas una vía alternativa para hacerlo… pero piensa que estás en mitad del desierto, y buscarse la vida no va ser fácil. Antes de esa hora, cuando las botas de Charly tocan el suelo al final de cada etapa, sale disparado hacia la carpa de prensa y se pone a retocar sus fotos, editarlas y subirlas al servidor del Dakar. Previamente y en el helicóptero, en momentos de cierta tranquilidad, ha extraído las memorias de sus Nikon D4 y D800 para pasarlas con un lector de tarjetas al Macbook de 13 pulgadas que carga en su mochila. Si tiene algo realmente bueno y hay cobertura, les pasa a través de su teléfono las fotos al equipo que lleva las redes sociales del Dakar. Para ello usan un grupo privado de WhatsApp.

«El problema es que más de la mitad del tiempo no hay cobertura. En pleno desierto las torres de las redes 4G a veces te pillan muy lejos. Estás sentado, y de golpe te llega un mensaje. Pegas un respingo porque es el aviso de que tienes datos en ese momento y puede que dejes de tenerlo en un par de minutos. Entonces intentas mandar unas pocas fotos. Si no, en los puntos de repostaje del helicóptero, o en algunos WayPoint y ya en el suelo, descargo todas las fotos con algo más de tranquilidad y si es que hay cobertura. En estas condiciones te pasas la mitad del tiempo haciendo fotos y la otra mitad mirando si tienes señal». El drama casi le ocurre un día. El médico golpeó sin querer con su mochilón rojo una de sus cámaras, la equipada con el 70-200mm, que cayó al suelo. El cuerpo se le estremeció cuando vio la lente partida y con los cristales astillados. Por fortuna fue solo el filtro UV que llevaba, más a modo de protección para casos como este que para realizar su función óptica. Disculpas, sonrisas, buenas palabras y suspiro de alivio. Menos mal.

Nasser Al-Attiyah recibe a Carlos Sainz entre aplausos al terminar el Dakar.

El asturiano es afortunado porque el piloto, con el que se entiende en inglés, obedece a sus órdenes cuando le es posible. «¿Podemos parar aquí?», pregunta cuando ve un sitio interesante. Jean Marc gira la cabeza y cuestiona con la mirada al comandante de la aeronave. La barbuda cara de Castera asiente con la cabeza, y el pájaro toma tierra a voluntad del reportero. «Lo normal es seguir a los de cabeza. Son los que más brillan, y las noticias importantes siempre giran en torno a ellos, así que se pasa cerca de ellos más tiempo. El procedimiento es seguirles desde detrás o correr a su lado y en paralelo para que yo pueda ir haciendo. A veces les esperas en sitios que ves que van a dar juego. Puedes incluso volar de lado un poco por delante pero no puedes bajar mucho porque les levantas polvo y no ven. Con las motos es peor porque además el aire los puede desequilibrar. A veces tiras con gafas de sol puestas, más que por el sol, por protección. Un día me las olvidé y tuve que pedirle al médico que me apañase lo de los ojos, porque me entró arena y estuve jodido un buen rato, casi no podía abrirlos. A poco viento que haga, y hubo un día bastante chungo en este aspecto, se te viene arena a la cara y has de ir protegido».

En la primera semana el Dakar se caracterizó por la existencia de mucha pista, mucha piedra y menos polvo, pero en la segunda semana la arena lo cubría todo. Por ello, la limpieza de las cámaras, a pesar de que los objetivos estuvieran siempre colocados, tenía que ser en profundidad y al menos un vez cada dos jornadas. En 2019 los helicópteros chilenos que consiguió la organización no tenían ventanillas practicables y para hacer fotos había que abrir una puerta. Este año, los aparatos de la compañía Hélicoptères de France sí las tenían, y era todo un poco más llevadero. Tener a tu disposición un helicóptero es un privilegio, porque puedes hacer en 45-50 minutos lo que en coche te costarían tres o cuatro horas de trayecto. Los de tierra se meten unas palizas que llegan doblados al final de cada etapa. Para la prensa hay tres o cuatro todoterrenos que pone la organización, pero lo normal es que los que trabajan en tierra se lo hagan todo. Hacen de reporteros, las fotos, conducen, hacen de navegantes… es más complicado».

El día de la llamada Etapa Maratón fue muy distinto. «Ese día todos lo hicimos todo bajo una misma carpa. Era comedor, sala de prensa, dormitorio… Estuve cenando en la mesa de al lado de Fernando Alonso, lo tenía a un metro, y el resto de jornadas ni le ves. Había montadas literas triples y durmió allí, con todos los demás. Es un poco como un ejército que se mueve al mismo ritmo, impresionante. En esta etapa, como no había vivac, los técnicos e informáticos no estaban. No había una carpa de prensa como tal y todas las comunicaciones eran por satélite. La organización tenía unas antenas parabólicas y nos proveía la señal de Internet, telefonía, todo el tema meteorológico, etc».

López ha tirado unas mil fotos al día, pocas comparado con las que se hacen en los circuitos, donde se tiende a disparar en ráfaga. Desde el aire, a unos metros por encima de las cabezas de los participantes, no es necesario ir cambiando de objetivo; basta con pedir algo más de altura al piloto, algo de ángulo, y obtienes uno de los zooms más caros disponibles en el mercado. «Aseguras el encuadre y haces una o dos fotos, no es necesario tirar mucho. Uso un 16-35mm, el 70-200mm que a veces se te queda un poco corto. También llevo encima un 50 f1,4mm pero lo uso menos». ¿Lo mejor, Charly?, preguntas. «Lo del premio estuvo bien, es muy gratificante, y la experiencia, volar, que la gente te mire con respeto por ser un fotógrafo oficial, pero sin duda es entregar tu trabajo en tiempo y hora, cumplir con tu misión, saber que lo has hecho bien. Eso es lo mejor de todo».

Arabia Saudí le ha permitido a Charly López inmortalizar paisajes espectaculares.

¿Y ves la carrera, te enteras de algo ahí arriba? «Pues la verdad es que no mucho, porque solo ves partes, aunque el último día fue increíble con los coches. Al-Attiyah, por ejemplo, es un piloto de los que no te lo crees. En la última jornada todo estaba muy apretado, había unos pocos minutos de separación entre él, Peterhansel y Sainz. Entraron en meta por ese orden pero antes el tema no estaba nada claro, y estuvimos acompañándoles a los tres. Nasser iba a todo meter, a todo lo que le daba el coche, adelantó a Peterhansel, que ya es complicado, y hablábamos en vuelo acerca de lo bestial de sus ritmos. No arrojó la toalla hasta el último metro. Al final, paramos en meta y le hice una foto sencilla pero hermosa que habla de lo cercanos que pueden llegar a ser enemigos en carrera: se bajó del coche para aplaudir a Sainz, que entró más tarde. Me pareció un gesto increíble. Entre ellos se llevan muy bien y esto dice lo elegantes que son y el respeto que se tienen».

El viernes por la noche tras el pódium Charly López acabó de mandar sus fotos, se fue a cenar a la carpa de la organización y se quiso sumar a la fiesta-sin-alcohol en la que todos celebraron los resultados. En los conciertos y la jarana abstemia pudo mostrar su peluco nuevo a todos los que le felicitaron. El sueño reparador no lo obtuvo en el hotel con cama tradicional de Quidiyah sino en el Airbus que le trajo de vuelta a casa. Al llegar, unos días después, pasó a realizar unas compras por El Corte Inglés de Oviedo. Fue visita obligada la de la sección de fotografía, a comprar un filtro UV para reponer el roto en pleno Dakar… cuando lo vio de reojo. Su cabeza, como empujada por un resorte invisible, le enderezó el cuello para ver mejor aquel poster pegado con celo en una columna entre dos expositores. Era el anuncio de una marca de cámaras, donde una motocicleta emergía de entre dunas disparando una larga nube de arena tras ella, cabalgando entre olas terrosas. El dependiente cuya cara le sonaba, embutido en un traje gris claro de Emidio Tucci, vio su media sonrisa al ver la imagen, se le acercó y le espetó «¿qué, te gusta? Menuda foto. Quien pudiera ir allí y fotos como esa». Charly no dijo nada. Tan sólo bajó su cabeza, se miró los pies, y sonrió un poco más.

Fotos: Charly López | ASO

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