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Virutas F1¿Sueñan los Fórmula 1 con motores eléctricos?

Rick Deckard no tenía un trabajo fácil. El Blade Runner enamoradizo y con mala puntería tenía que descubrir, perseguir y liquidar a una pandilla de androides con muy mala baba cuya diferencia visible con los meros mortales era… básicamente ninguna.

9 min. lectura

Publicado: 20/08/2017 18:30

Ninguno va a ser el futuro de la Fórmula 1 tal y como la conocemos a partir de 2040. Para esa fecha ni un solo coche de combustión interna podrá ser vendido en el Reino Unido, el país de la F1. Planes similares están ya en desarrollo en Alemania, Francia y otros países del Viejo Continente.

Esto no tiene porqué eliminar los propulsores de explosión de las carreras, pero sí de un mercado industrial que no invertirá, investigará, desarrollará, y que los estará mirando para entonces como hoy miramos los escaparates de las tiendas de antigüedades. Ese año no será la fecha de defunción de los motores que hoy usa la F1 pero sí la desaparición del ecosistema donde nacen, se crían en cautividad, y alimentan a tan distinguidos polluelos, ecosistema que ya da señales de que entrará en rigor mortis pronto.

¿Otra muestra biológica? Si los coches de calle no van a necesitar gasolina, ¿Shell, Petronas o Mobil querrán estar en la Fórmula 1? ¿Querrán mantener una factoría para fabricar el contenido que cabe en un par de camiones? La respuesta evidente es no. La firma Total maneja un plan a veinticinco años para hacer otras cosas que no sean vender gasolina. Probablemente sean otras energías, o quien sabe, igual hasta acaban haciendo series de televisión como Amazon o Apple.

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El campeonato eléctrico, la Fórmula E, se ha convertido en la clara apuesta de las marcas de coches de serie.

Mercedes ya tiene una marca de e-Coches, una fábrica de baterías, McLaren trabaja en un pepino totalmente eléctrico, “nada de la pijotería compleja esa de los híbridos”. Porsche oculta de miradas indiscretas su Mission, un meganueveonce que en lugar de seis gloriosas fauces de dragón repletas de caballos llevará únicamente baterías. La mítica reina de Le Mans abandona sus pastos naturales para introducirse en el proceloso y desconocido territorio de la Fórmula E. Lo peor, o lo mejor según se mire, es que allí ya le esperan Jaguar, Audi, BMW, la propia Mercedes, y en la mano ya tienen el ticket ese rojo de supermercado firmas como Maserati y Nissan, que esperan en la puerta.

Si en la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” los replicantes exploraban su deseable futuro, los Fórmula E sueñan con ser un Fórmula 1, y la realidad es que a medio y largo plazo los F1 sufrirán un transplante de corazón para recibir una donación eléctrica. Esto va a ocurrir nos guste o no.

Los primeros Nissan Leaf a duras penas alcanzaban los 150 kilómetros de autonomía hace unos pocos años, ahora los Opel e-Ampera, un coche tildado de “de consumo” llegan a los 400, y ya hay marcas que trabajan en coches eléctricos por debajo de los 10.000 euros. Poco que decir ya de los inevitables Tesla. Los carísimos coches americanos carecen del refinamiento dinámico de los deportivos europeos, pero son indiscutibles sus capacidades energéticas.

Si los S100 acabarán rodando con el aplomo de sus enemigos de gasolina, los Panamera alemanes acabarán alcanzando la excelencia kilométrica de los yankees, es una cuestión de tiempo. Tan sencillo como ponerles la batería adecuada, simple como sustituir el acumulador de un electrodoméstico cualquiera.

El éxito alcanzado por Tesla deja claro el camino que la automoción está tomando.

Las carreras de coches, el automovilismo deportivo, se sujeta con cuatro patas: velocidad, riesgo, una máquina tecnológica y un tripulante con unas habilidades superlativas. Ello genera incertidumbre en el resultado, interés, pasión y devuelve a la sociedad tecnología, entretenimiento y negocio. Si los cuatro principios fundamentales del inicio se mantienen, exactamente igual que ocurría en Roma con las carreras de cuadrigas, la Fórmula 1 seguirá siendo la misma tal y como lo ha sido durante los últimos sesenta y siete años. Nada debería cambiar con un trasplante, que pasará a ser anecdótico, una pieza más en un mecanismo más complejo.

El problema reside en el periodo en que los propulsores eléctricos, literalmente malos para las carreras a día de hoy, pasen por su periodo de madurez hasta que ofrezcan un rendimiento equiparable al de los actuales de explosión. Mientras, y para dulcificar el aspecto de obsolescencia que la sociedad va a programar para los motores actuales se han puesto muchas ideas encima de la mesa. Safety Cars eléctricos o directamente autónomos, usar la sección eléctrica en el arranque de las carreras, en periodo de coche de seguridad o para moverse por el pitlane, incluso algún fenómeno ha planteado la ructabundez de fusionar las dos categorías inexfusionables, o como se diga.

El motor que llegará a partir de 2020 promete ser más sencillo, barato, sin el MGU-H, el de los calores. A este ingenio se le está poniendo cara de que es posible que sea el último motor de explosión que impulse coches de carreras de categorías punteras, vigentes y sancionadas por la FIA, que es como decir el Vaticano de la velocidad. Estos motores bien podrían tener una vigencia hasta fácilmente 2026 o 2028, no está claro todavía y de aquí a entonces, en una década, es muy posible que las baterías de un coche de carreras pasen a ser de un tamaño, peso y rendimiento lo suficientemente razonable como para alimentar un Fórmula 1. Lo que parece inevitable es que este viaje se va a hacer en esa dirección sin duda alguna.

Pocos se cuestionan ya si el coche de carreras del futuro será o no eléctrico. De lo que tampoco quedan excesivas dudas es que el de gasolina empieza a ser del pasado y tiene sus días contados. Visto el actual panorama con coches que apenas corren durante quince o veinte minutos y no demasiado rápido, la idea no es del gusto de muchos aunque

Desde 2019 en adelante, todos los modelos nuevos de Volvo serán híbridos o eléctricos.

Al final de la cinta de culto Blade Runner el agente Deckard se enamoró de una androide en lugar de una vecina de las de carne y hueso. Sin dejar de ser un ingenio mecánico el alma de la replicante Rachel le convenció, fue tan humana como la de los humanos, y curvas aparte, se lo llevó al huerto igual que si se lo hubiera llevado una cordobesa como la de los cuadros de Julio Romero de Torres.

El cazarrecompensas enamoradizo fue feliz junto al robot al que puso cuerpo Sean Young. Si en la F1 nos consiguen un cuerpo como ese, esto es, equiparable a lo de carne y hueso automovilísticamente-hablando que disfrutamos hoy, nadie pondrá pegas. Ese día llegará, no temas.

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