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Ferrari, la película, o el vacío de las distorsiones

Ferrari, la esperada película estrenada en los cines españoles el 9 de febrero, se suma a la ya nutrida filmografía no sólo sobre las carreras, sino sobre la propia marca directa o indirectamente. Y como toda película, tiene sus aciertos, errores, verdades y mentiras.

Ferrari, la película, o el vacío de las distorsiones
Cartel de la película - Foto: Neon Rated

20 min. lectura

Publicado: 10/02/2024 16:00

Que se estrene precisamente en febrero hace que sea prácticamente una previa para el cumpleaños del protagonista, Enzo Ferrari, nacido el 18 de febrero de 1898 en Módena. Aunque en realidad, el proyecto del director Michael Mann se remonta al año 2000, cuando junto al actor y director Sidney Pollack, se plantearon el film. Pollack ya había dirigido una película en 1977 con ambiente carrerístico: la poco conocida «Un instante, una vida» o «Bobby Deerfield» en inglés, nombre del personaje protagonista encarnado por Al Pacino.

Pero no fue hasta 2022 que la película reunió todos los ingredientes para su producción. Toma su narrativa del libro de 1991 de Brock Yates, «Ferrari: The Man and The Machine», una obra que no es a veces todo lo precisa con la realidad que uno desearía, aunque el autor separa lo que es especulación, de los hechos. Pero como es de esperar, en la película muchas veces se da la espalda a los hechos reales. Un film que se caracteriza por un tono ocre, oscuro, que oculta detalles por momentos, aunque le dota de un aire antiguo.

El reparto

Los actores de la película son de gran nivel. Adam Driver como Enzo Ferrari, sin embargo, quizás peque de un aspecto demasiado atractivo teniendo en cuenta que el verdadero Ferrari contaba con 59 años en la época narrada. Por momentos, parece que Driver va a coger un magnífico Ferrari spider y dirigirse a la Costa Azul a divertirse. La caracterización es correcta, con la ropa ancha, la tripa lo más prominente posible y las gafas de sol. Pero no acaba de resultar creíble como Ferrari.

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Ferrari presenta a sus pilotos para la Mille Miglia - Foto: Lorenzo Sisti/Neon Rated

Penélope Cruz como Laura Ferrari, sin embargo, está magnífica, asume muy bien la personalidad de esta, con su inestabilidad emocional. Enzo y Laura se conocieron en Turín en 1921 y se casarían el 28 de abril de 1923. Pero su relación estuvo muy pronto marcada por las desavenencias, las discusiones y los altibajos emocionales de su esposa. Claro que Laura nunca tuvo la mitad de la compañía, ni obtuvo un cheque que luego cobró tras la tragedia de Guidizzolo.

Shailene Woodley interpreta a Lina Lardi, a la que Enzo Ferrari conoció en la Carrozzeria Orlandi a finales de los años treinta, iniciando una aventura que fructificó con el nacimiento de Piero, que tiene mucha presencia en la película –por cierto, Piero reconoce que nunca fue recolector de autógrafos, por lo que la obsesión del personaje con los autógrafos es una licencia dramática-. Woodley está tan sobria como Cruz desbocada, asumiendo su papel discreto y en la sombra de forma muy realista.

Del resto del reparto, cabe destacar la presencia de Patrick Dempsey, como Piero Taruffi, que aporta no sólo su capacidad interpretativa sino sus dotes como piloto -recuerden que hizo podio en Le Mans en GTAm en 2015-, o la participación de un piloto real como Marino Franchitti en el papel de Eugenio Castellotti.

Hay que lamentar, no por una mala interpretación, sino por su escaso parecido, la elección del brasileño Gabriel Leone -protagonista de la serie sobre Senna que está en producción- en el papel del español Alfonso De Portago. Porque el magnífico actor italiano Francesco Scianna guarda un impresionante parecido con nuestro piloto. Búsquenlo, y verán. Además, el trato a la figura de De Portago es muy pobre, transformándolo casi en un debutante inexperto al volante –era debutante en la Mille Miglia, eso sí-, cuando el español llevaba tiempo corriendo y simplificando las múltiples aristas de su personalidad, que bastaban para dar carácter al personaje. Tampoco se hace mención a que no quería correr esta carrera.

Penélope Cruz como Laura Ferrari - Foto: Lorenzo Sisti/Neon Rated

Luego hay deliciosos cameos, como por ejemplo el de Ben Collins -el Stig original del programa Top Gear- hace de Stirling Moss, y Derek Hill -hijo del campeón del mundo de 1961 Phil Hill- interpreta a Jean Behra. Marc Gené aparece como probador de los coches que se venden a los clientes, un precioso guiño a su actual labor como instructor de los Corse Clienti. Incluso el gran periodista italiano Leo Turrini aparece en la escena del hotel cuando comienza la Mille Miglia. O que Alessandro, el hijo de Massimo D’Elia, fiel barbero de Ferrari, sea el que le afeita en la película. Es bonito ver a personas reales así en la película.

Los coches y efectos

Un aspecto magníficamente cuidado en la película son los coches. Para ello se usaron réplicas absolutamente precisas tras el escaneo por láser de las originales realizadas en la Carrozzeria Campana de Módena a las que se instalaron motorizaciones Caterham, y luego se acopló exquisitamente el sonido real de los motores de los verdaderos coches. Aunque algún modelo sí que era real, como el Maserati 250F que se usa al principio de la película mientras Jean Behra bate el record en el Aerautódromo de Módena, propiedad de Nick Mason. Por cierto, que el circuito modenés está muy bien recreado, ya que en la actualidad no queda nada de él salvo la torre de control.

Lo que sí que resulta triste son las imágenes de acción. Michael Mann demuestra no tener ninguna habilidad para las mismas, haciendo uso de un constante y molesto movimiento de cámara para tratar de trasladar emoción y velocidad, pero que lo único que transmite es incomodidad en estas escenas, que se hacen difíciles de ver. Por supuesto, se recurre al tan manido efecto de bajar de marcha y aumentar velocidad por el aumento de revoluciones, algo que en pleno siglo XXI resulta patético.

Alfonso De Portago y Peter Collins en la Mille Miglia - Foto: Getty

Por otro lado, cuando se filtraron en redes, las imágenes de los accidentes mortales de Castellotti y De Portago causaron burla. Es cierto que el de Castellotti en Módena falla en el hecho de que el italiano dio varias vueltas de campana, mientras que en la película sólo vuela. En todo caso, su vuelo sí fue elevado, al acabar en una tribuna. En el caso del de De Portago, es una recreación ajustadísima a las descripciones periciales del accidente, recogida en el libro de Luca Dal Monte «Ferrari, Presunto Colpevole». Resulta impactante presenciar la virulencia del accidente, aunque los efectos digitales puedan restar seriedad, si se quiere. En este punto la película ofrece un documento gráfico de gran valor, hasta el punto –no exento de prescindible morbo- del cuerpo desmembrado de Alfonso De Portago.

Realidad vs. ficción

Y ahora vayamos, si me permiten, a los hechos históricos, con sus aciertos y sus errores. Entendido, claro está, de que estamos ante una película que necesita dramatismo, conflicto, acción y drama, no un documental que narra los hechos fidedignos. Pero hay cosas que no restarían acción dramática pese a ceñirse a la realidad, y algunas ya las hemos contado. Pero vayamos casi cronológicamente con la película.

Para empezar, Enzo despierta en Módena pero el paisaje es claramente la Toscana. Al menos se sube al Peugeot 403, un bonito guiño al amor del italiano por los coches franceses, de los que tuvo varios. Y como decíamos, peor es el trato que se da a Alfonso De Portago, que aparece en 1957 en Módena mendigando un volante en los semáforos. Es bien sabido que el marqués ya pilotó para Ferrari en 1956, de modo que toda la historia del nuevo piloto decae. Como resulta una aberración colocarlo en el circuito en el momento del accidente de Castellotti. Más aún, con Linda Christian presente, la cual parece sólo aparecer para molestia de Enzo, cuando precisamente las mujeres hermosas no le incomodaban en absoluto –al menos fuera de un circuito-.

Un fotograma de De Portago en la película - Foto: Neon Rated

Precisamente ese momento es lamentable en la película. Por un lado, se introduce a una tal Cecilia Manzini, cuando la pareja de Castellotti fue la bellísima Delia Scala. Quizás hubo algún problema para la inclusión del nombre en la película. Ahora bien, la cruel reacción de Ferrari a la muerte de su querido Castellotti resulta grotescamente exagerada para generar la impresión de insensibilidad del modenés. Ferrari acudió a su funeral roto de dolor. Al menos se cumple con la realidad de que la muerte de Castellotti fue por algo tan absurdo como superar el record recién logrado de Behra.

Luego, hay hechos históricos que se anticipan. Por ejemplo, el famoso artículo contra Ferrari llamándolo «un Saturno moderno que devora a sus hijos» es de después de la Mille Miglia, como consecuencia de la muerte de Luigi Musso en Francia en 1958. De hecho, todo el proceso judicial relacionado con el accidente provocó un acoso y derribo contra Ferrari, que se vio absuelto finalmente en 1961, justo unos meses antes de la nueva tragedia del GP de Italia de 1961.

Y los posibles acuerdos con Ford o Fiat se anticipan, así como se plantea un problema económico para Ferrari en 1957, cuando esto llegaría mucho después. Su supervivencia no dependía de ganar o no la Mille Miglia. Por cierto, que el rechazo de Fiat en 1919 no fue de Gianni Agnelli, sino de Diego Soria, lo que hizo que Enzo llorase desconsolado en el parque Valentino de Turín. Así se enlaza con la falsa historia de las acciones de Laura Ferrari, el cheque y demás, todo lo cual no es cierto. Laura nunca poseyó la mitad de la empresa, pero Enzo la respetó siempre y su ayuda en ciertos aspectos fue inestimable. Hasta tal punto que, cuando a finales de 1961, los grandes nombres de la Scuderia dieron un ultimátum a Enzo -o Laura o ellos- fueron sacrificados en la legendaria Conjura de Palacio. Enzo dejó de amar a Laura, pero la respetó hasta su muerte en 1978 como madre de Dino. Por cierto, que Laura nunca le disparó.

Adam Driver como Enzo Ferrari ve marchar el coche de De Portago - Foto: Lorenzo Sisti/Neon Rated

Hay que reconocer que la película tiene algunos momentos muy hermosos. Uno de ellos es la escena de la ópera, con la maravillosa aria «Parigi, o cara, noi lasceremo» del final de La Traviata de Giuseppe Verdi, en la que Alfredo le canta a Violeta por su recuperación y sanación para un futuro juntos. En esa amalgama de emociones está Laura, que se perdió, está Dino, que se perdió, está Lina, en la sombra, y está Enzo, un hombre que como diría años después, lo perdió todo en la vida. Que aparezca cantando en un momento de dichosa felicidad con Laura y Dino, sabiendo que hubiera querido ser cantante de ópera, pone la piel de gallina al saber que ese momento de felicidad se destruyó cruelmente.

La carrera

Vayamos a la carrera, a la Mille Miglia de 1957. En su momento contamos su historia en esta página, y a ella nos remitimos para la veracidad de la misma. Pero digamos que Jean Behra ni siquiera tomó la salida al estrellarse contra un camión y fracturarse la muñeca. O sea, que ni luchó rueda a rueda con De Portago ni lo recogió Piero Taruffi. Por su parte, Stirling Moss abandonó nada más empezar, por lo que la carrera fue en realidad una cuestión interna de Ferrari. Que además se pretenda dibujar la Mille Miglia como si fuera un Gran Premio, con coches pegados y adelantándose, sólo demuestra el poco mimo y respeto al realismo para dotar de una falsa acción a una carrera que tenía muchos otros atractivos.

Otro error es que tras el accidente el coche fuera a Maranello, donde en la película aparece examinado por los técnicos de Ferrari. El coche de De Portago y de Taruffi, por ejemplo, fue inmediatamente secuestrado por la autoridad judicial, y de hecho Enzo tuvo que pedir varias veces por escrito su entrega. La escena del dinero y el cheque es una gran farsa con una gran verdad: Enzo prometió a Laura que mientras ella viviera, no reconocería a Piero. Otro gesto más del gran respeto hacia la madre de Dino.

Conclusión

¿Qué nos queda de la expectación creada por la película? Nos queda la belleza de que el pilar deportivo de la película sea la Mille Miglia, a la que se rinde indirectamente un hermoso elogio como prueba cumbre. Seguramente fue la carrera más bonita de todas, atravesando la parte norte de Italia en un día para la gloria deportiva. También es bonito que se diga de Olivier Gendebien que era el mejor piloto del mundo en pruebas de carretera, porque lo era. Tan bonito como terrible que se pretendan retransmisiones en directo de Fórmula 1 o de la Mille Miglia por la televisión. La Mille Miglia se narraba por la radio, lo que paralizaba al país.

Piero Taruffi cruza la meta y gana la última Mille Miglia - Foto: Wikipedia

Michael Mann coloca a Enzo Ferrari ante un espejo deformante que lo lleva al extremo en los rasgos de su personalidad: mujeriego, cruel, insensible, dubitativo. Cosas que fue, pero no en grado sumo, dejando de lado su aspecto más humano. De cómo acudió a los funerales de sus pilotos o por los muertos en la Mille Miglia. De un 1956 devastador tras la muerte de Dino en junio tras una lucha personal impotente, algo necesario para comprender el endurecimiento emocional de Ferrari, que se trata en la preciosa escena del cementerio y en la escena entre Enzo y Laura sobre el tema.

Queda la hermosa recreación del ambiente de las carreras de hace ya 67 años, puras, peligrosas, ruidosas, emocionantes, valientes y gloriosas. La intimidad del Cavallino en las famosas comidas de Enzo Ferrari con sus pilotos y colaboradores, devolviendo al hoy a nombres como Romolo Tavoni, Carlo Chiti -aunque no llegase a Ferrari hasta noviembre de 1957- o Peppino Verdelli, su chófer. La Maranello todavía artesanal y pequeña, un pequeño reducto frente a grandes industrias. La confrontación fratricida con Maserati. Los pilotos jóvenes, talentosos y rápidos que sacrificaron su existencia por el Cavallino, para dolor deportivo y humano de Ferrari. Queda el vacío de un relato que podría, casi debería, haber comprendido la espesura humana, empresarial y deportiva de Enzo Anselmo María Ferrari y sus coches, y que acaba naufragando en la orilla de los clichés manidos y las distorsiones vacías.

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