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El espíritu de Vittie Cothron

La historia no premia a los que lo intentan sino a los que lo consiguen. Esa es la pena de los que los que nunca se embarcaron, la desgracia de los que naufragaron en alta mar, y el drama de los ahogados en la orilla, pero todos partieron del mismo punto inicial de las carreras: la línea de salida.

8 min. lectura

Publicado: 24/04/2017 08:30

El 4 de Junio de 1950, justo tres semanas después del primer Gran Premio de Fórmula 1, los espectadores de aquella carrera de la Nascar, una de las primeras de su historia, no se creían lo que estaban viendo. Vittie Cothron no pasó a la historia, no ganó su carrera, no realizó proezas brillantes… pero tuvo la valentía de protagonizar una de las gestas más inusuales, físicamente arriesgadas y absolutamente bizarras de la historia de la velocidad.

Cothron viajaba tercero cuando empezó a apreciar que el carburador de su Ford del 36 se estaban empezando a descolgar, y estaba descebando el motor. Vittie Cothron hizo lo impensable: sacó medio cuerpo por el parabrisas sin cristal de su coche, condujo con la mano izquierda, y con la derecha arrancó el capó y sujetó el carburador. En semejante postura cruzó la meta en el tercer lugar que su manejo le hizo ganarse durante el resto de la prueba.

Cothron no pasó a la historia, ni siquiera a la de la Nascar, pero su espíritu debe vivir en cierto modo dentro del cuerpo sólido de Fernando Alonso. Si por el bicampeón fuera, aceleraría a manivela el cojitranco ERS de su motor Honda, deficiente y debilucho en cada carrera, incluso mientras pilota su MLC32 al tiempo que acciona esa especie de endiablado cubo de Rubik que es su volante. Alonso es un yonki. Un yonki de la victoria, del pódium, del olor a la madera, de ese pasillo verde que por normativa ha de anteceder cada ceremonia de entrega de premios, y como sabe que para volver a pasar por esas circunstancias van a pasar años, prueba suerte en otras latitudes.

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Vittie Cothron en una carrera de la NASCAR de 1950

Como miles de inmigrantes asturianos hicieron a finales del XIX y principios del XX, ALO se hace las Américas para quitarse el síndrome de abstinencia de esa droga dura, cara de conseguir y genial de disfrutar que es la de ganar. No es que se haya rendido en su hábitat natural, sino que es que ya sabe que poco o nada hay que hacer… Pero tampoco lo va a tener fácil en el corral de los yankees. El de Oviedo es un enorme frenador, es un enorme derrapador con la zaga de su coche y es un enorme estratega en orden de marcha.

Son tres asignaturas que de nada le servirán donde apenas se frena sino que se decelera, como derrapes te vas contra el muro, y recibes órdenes permanentemente por radio del llamado spotter, una especie de vigía que te larga por los auriculares qué tienes delante, detrás y a los lados, en un idioma raro que se asemeja vagamente al inglés. Si las carreras en la F1 se corren en inglés, en América se corren poco menos que en chino, y es una lengua que aún tiene que aprobar. Precisamente para cosas como esa se hizo el parvulario de la Indy, el ROP (Rookie Orientation Program) que tuvieron que pasar tipos bien bregados como Emerson Fittipaldi o Juan Pablo Montoya.

Para clasificarse Fernando no tendrá que ir a hierro una vuelta, sino cuatro, de la que saldrá una velocidad media que le colocará en una parrilla de once filas de a tres coches. Tendrá que ser suave, sin contravolantear, sin brusquedades, sin maniobras rudas, en una carrera de cuatro horas, usando unos rebufos de los que en F1 se huye, a medias de más de 330 kilómetros por hora (una velocidad que en F1 se alcanza de forma puntual) y la clave de todo: en qué posición llega a los últimos quince minutos y con cuánto combustible.

El año pasado ganó Alexander Rossi, que a diez o doce vueltas del final iba octavo, pero no paró. El líder, el destinado a ganar hizo un “splash and dash”, una carga rápida para acabar, y se le quedó cara de idiotas a todos los de su escudería al ver pasar el primero por meta al que no tocaba.

Lo de Alonso no va a ser un paseo triunfal, sino meterse en una leonera donde es más fácil patinar que acertar. Manos tiene, experiencia no, el coche no debería ser un problema y no existe apenas diferencia entre unos y otros, pero pensar que va a llegar allí y de entrada va a ganar es llamar inútiles a los que dominan aquellos lares. Aunque el nivel de pilotaje de ALO sea técnicamente muy superior, los yankees no son unos mataos, y atesoran lo que el de Oviedo carece: conocen cada palmo de asfalto local y dominan los secretos de una categoría que en la vieja Europa es una perfecta desconocida. Ahora bien, como la jugada le salga bien será como el disparo de Luke Skywalker contra La Estrella de la Muerte: uno entre un millón, y la medalla olímpica que habrá que colgarle del pescuezo debería ser del tamaño de la rueda de un tractor.

Con ojos del Siglo XXI un tractor es lo que llevaba Vittie Cothron, aquel semidesconocido piloto que sólo pudo pasar a la historia por su pundonor, que no por sus resultados. Si el espíritu de Vittie ya vive dentro del asturiano, ahora sólo hace falta que tenga algo más de suerte, que acierte en sus decisiones, y que ojalá vaya más allá dentro de los libros de historia. En todo caso, buen viaje, Fernando, ojalá tengas que pagar sobrepeso en tu trayecto de vuelta.

PD: La mitad de las entradas de Indianápolis, las más caras, ya han volado y es fácil pensar que los organizadores celebran la inscripción de Alonso. Si quieres ir más vale que corras o te quedarás en la calle.

Fotos: Indianapolis Motor Speedway

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