Llevo más de 25 años conduciendo y estas son las mayores mentiras que nos contaron sobre la conducción ‘eficiente’

La conducción eficiente está de moda, llegando incluso a ser una obsesión. Pero encierra una trampa, y es que en ocasiones el máximo ahorro lleva consigo un deterioro mecánico del vehículo y, por qué no decirlo, también de la salud mental del conductor.

Llevo más de 25 años conduciendo y estas son las mayores mentiras que nos contaron sobre la conducción ‘eficiente’
¿Qué es realmente la conducción eficiente? Seguramente no lo que acostumbran a contarnos.

11 min. lectura

Publicado: 05/11/2025 13:00

Desde hace unos años, la conducción eficiente se ha convertido en una obsesión para fabricantes y administraciones. Tanto es así que incluso se han llegado a promover medidas extremas que, a la larga, perjudican más de lo que benefician.

Esto es algo que aprendemos con el paso de los años, comprobando en primera persona qué medidas son realmente eficientes, cuáles no sirven para nada y, también, aquellas que perjudican más que benefician. En mi caso, con más de 25 años de experiencia al volante, tengo muy claro cuáles son las mayores mentiras que nos han contado sobre la conducción ‘eficiente’.

Nos han hecho creer que el ahorro se mide en litros y gramos de CO₂, cuando en realidad debería medirse en equilibrio, serenidad y respeto por la máquina

La carretera no lee manuales

Durante décadas, el mensaje principal de las administraciones públicas se dirigió principalmente hacia la seguridad en la carretera a través de una conducción responsable. Sin embargo, desde hace unos años, ese mantra ha visto cómo los mensajes de la conducción eficiente le han robado una importante cuota de protagonismo.

Cursos, anuncios, incluso los paneles luminosos de la DGT, nos recuerdan a diario que debemos cambiar pronto de marcha, no acelerar con ímpetu, apagar el motor en los semáforos y mirar con desprecio a quien todavía disfrutaba del sonido de un buen motor girando alegre.

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Lo cierto es que la promesa de plegarse a esa nueva conducción ‘eficiente’ era seductora: gastar menos, contaminar menos, conducir mejor. Pero hay un detalle que no se menciona: la carretera no entiende de teorías. Y cuando te enfrentas a ella a diario descubres que la eficiencia puede ser un concepto tan frágil como un depósito en reserva.

El día que el motor me pidió ayuda

Recuerdo perfectamente la primera vez que puse en práctica eso de «sube pronto de marcha para ahorrar». Era un Clio diésel de los noventa, valiente pero modesto. En cuarta a 50 km/h, sentía que estaba haciendo lo correcto.

Hasta que el motor empezó a temblar, como si quisiera decirme algo. Una especie de tos metálica que decía: «No puedo más, amigo». Con el tiempo comprendí que forzar un motor para ahorrar combustible es como contener la respiración para gastar menos oxígeno. El coche lo nota. Tú lo notas. Y, al final, el ahorro desaparece entre vibraciones y averías.

Velocidad asociada a régimen de giro del motor: un equilibrio no siempre fácil de alcanzar.

También me ayudó a ver la luz el hecho de tener un coche con poca potencia. Y es que, quién lo iba a decir, resulta que cuando el motor tenía que esforzarse el doble para acelerar acababa gastando más. ¡Claro!, por eso la variante más potente de mi mismo modelo homologaba menos consumo.

Ahora, con la modernidad, no tenemos suficiente con el bombardeo continuo de consejos sobre conducir con el motor ahogado, también tenemos que aguantar que los propios fabricantes de vehículos nos planten el indicador de cambio de marcha en el cuadro de mandos. Un asesino silencioso para tu motor al que no deberías ni mirar si quieres que tu coche dure muchos años. Cualquiera diría que existen intereses ocultos para que estos no duren…

El Start & Stop y la ansiedad de ciudad

Luego llegaron los coches inteligentes, los que se apagan solos y se encienden al mínimo roce del embrague. Una maravilla de la ingeniería que prometía una conducción mucho más cómoda y, sobre todo, más ‘eficiente’.

Hasta que te ves atrapado en la Gran Vía un viernes por la tarde, con 37 grados y el aire acondicionado que se apaga cada vez que el motor decide echarse una siesta ecológica. O cuando, en invierno, el motor se para en un STOP cuando todavía no ha alcanzado la temperatura de servicio, con el perjuicio que eso conlleva para la mecánica.

Entonces entiendes que el Start & Stop puede acabar desgastando tu paciencia más que el propio atasco. Con el tiempo lo desactivé. Y no por rebeldía, sino por salud mental. Ahorrar unas décimas de litro a costa de la paciencia —y de la batería u otros elementos mecánicos— no me parecía un trato justo. La eficiencia muchas veces no es cuestión de tecnología, sino de coherencia.

Dos vehículos entorpecen la circulación transitando lentos por los carriles central e izquierdo

La obsesión por la lentitud

Otro mito persistente: conducir despacio es sinónimo de conducir bien. He visto auténticos penitentes de la eficiencia circulando en carretera como si arrastrasen remordimientos. No van lentos por precaución, sino por ideología.

Una ideología que, por cierto, promueve la Dirección General de Tráfico (DGT) al afirmar que 90 km/hes la velocidad ideal por consumo y seguridad. El problema es que los motores, como las personas, necesitan su punto de alegría.

Ir demasiado despacio no solamente incomoda al tráfico, también hace que el coche trabaje fuera de su rango ideal, generando más esfuerzo y, sí, más consumo (y gasto para el usuario a largo plazo). La eficiencia no está en ir lento, sino en ir fluido. En escuchar al coche y saber cuándo te pide aire. En saber anticipar las maniobras y no olvidar nunca el bienestar del motor.

El modo ECO, ese placebo digital

El modo ECO fue la gran promesa de la última década. Un botón mágico que convertía cualquier coche en un monje zen de la eficiencia. Lo activas y, de pronto, el acelerador se vuelve perezoso, el cambio sube antes de tiempo y el climatizador parece entrar en huelga.

Pero tras un tiempo, notas la trampa: el ahorro es mínimo, la respuesta del coche se vuelve plana y la conducción pierde alma. El modo ECO no enseña a conducir mejor, solamente a conformarte. Y pobre de ti si tu coche es poco potente, entonces llega incluso a ser un potencial problema de seguridad.

El aire acondicionado y las ventanillas

Otro de los consejos estrella de la conducción eficiente es el (no) uso del aire acondicionado ni, por supuesto, circular con la ventanilla bajada.

Por un lado, el compresor no resta potencia al motor, lo que repercute en el consumo (ahora sí es perjudicial tener menos potencia, qué cosas). Por otro lado, si dejas entrar el aire en el habitáculo, rompes la armonía aerodinámica y generas resistencia que obliga al coche a consumir más.

Bueno, esto está muy bien en invierno que, en muchas partes de España, equivale más o menos a dos o tres meses al año. El resto del tiempo bien podrías morir asado en tu propio jugo mientras conduces. Así que, hazme caso, la mejor inversión que puedes hacer es conducir con comodidad para mantener la atención en la carretera y que tu cuerpo se fatigue lo menos posible. ¿Hay que consumir un poco más? Sea.

El verdadero significado de conducir bien

La conducción eficiente, tal y como se nos ha vendido, es una versión reducida del sentido común. Nos han hecho creer que el ahorro se mide en litros y gramos de dióxido de carbono (CO₂), cuando en realidad debería medirse —estoy firmemente convencido— en equilibrio, serenidad y respeto por la máquina.

La eficiencia real no está en apagar el motor cada veinte metros ni en dejar que un algoritmo decida cuándo cambiar de marcha. Está en anticipar, en conocer el sonido de tu coche, en saber cuándo necesita empuje y cuándo basta con dejarlo rodar.

Después de 25 años al volante, he aprendido que la carretera no premia al más obediente, sino al más consciente. El conductor que entiende su entorno, que escucha, que se adapta. Ese es el que realmente ahorra: en combustible, en averías, y en disgustos.

Y tal vez esa sea la mayor mentira de todas: que la eficiencia depende del coche, cuando en realidad depende de nosotros. De cómo decidimos vivir cada kilómetro, incluso cuando la aguja del consumo instantáneo nos juzga desde el cuadro de instrumentos.

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