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Mercenarios de la velocidad

Todo está conectado. La saga de películas «The expendables», traducido al español como «Los mercenarios», se parece tanto a la Fórmula 1 que hasta su banda sonora la hizo el mismo compositor: Brian Tyler.

Mercenarios de la velocidad
Daniel Ricciardo, durante su última carrera con RB en Singapur

15 min. lectura

Publicado: 30/09/2024 16:00

El padre del himno que suena en el cenit de la velocidad también puso alfombra musical a la exitosa ensalada de tiros y explosiones que dirige Sylvester Stallone. Tampoco pierdas de vista que el actor que encarnó al boxeador Rocky fue también compañero de parrilla de Juan Pablo Montoya en otra película que le salió solo regular, Driven.

La retahíla de películas repletas de pólvora y testosterona tienen un título que encierra toda una historia. Expendable, puede traducirse como prescindible, sustituible, o como decía Enzo Ferrari, a bombilla fundida, bombilla puesta. Lo que para unos es una falta de respeto para con sus admiradas e intocables figuras, para otros no es otra cosa que la más palmaria de las realidades.

Cuando el deporte colisiona con el negocio, las riendas suele llevarlas los que manejan la pasta, y en la F1 esos no son los pilotos, sino las escuderías. Son ellas las que contratan a los corredores y no al revés. Los que se la juegan cada domingo no van a donde quieren, sino que pueden elegir entre las opciones de los que los desean a ellos. Así es como funciona esto.

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Llegó, creció, dejó una pequeña huella deportiva y grande en el corazón de mucha gente, y ahora se marcha para dejar paso a otro que inicie un ciclo vital parecido

Daniel Joseph Ricciardo ha disfrutado de una larga y saludable estadía en la especialidad. Si miras a la historia escrita en el último medio siglo, no hay tantos que hayan durado más de una década, hayan corrido para cinco equipos y medio —el último fue el mismo que el primero, aunque bajo nombre y circunstancias distintas—, y hayan ganado ocho carreras. Pero ahora le pican el billete, y tiene aspecto que de manera definitiva en la categoría.

Tras vencer la Fórmula Renault y el siempre rocoso británico de Fórmula 3, el australiano era una pieza deseada, y Red Bull le echó el lazo. Sin posibilidades de darle un asiento, vieron el cielo abierto cuando en 2011 la extinta escudería española HRT le encontró hueco a mitad de temporada. Fueron solo once pruebas, pero las suficientes para hacerse a la categoría sin que le exigieran resultados; la autoescuela perfecta.

En trayectoria ascendente acabó empuñando un volante del equipo matriz, Red Bull, en 2014. El de Perth desplazó a un vecino de Canberra, Mark Webber, que hizo las maletas tras su paseo sin el casco puesto en aquella imagen icónica. Un australiano por otro australiano, ante la impasibilidad de un Sebastian Vettel. Lo que no esperaba el germano es que Daniel lograse tres victorias aquel año por ninguna a manos del tetracampeón. Tras los dos Mercedes que encabezaron la tabla en 2014 y se llevaron los dos títulos, Ricciardo fue el mejor del resto; acabó tercero.

Sin embargo, el 2015 se le atragantó al austral, con un Vettel en estado de gracia que logró el triple de puntos. La llegada de Max Verstappen en 2016 inauguró un trienio dentro de unos parámetros normales en el plano de los resultados. Las dos primeras temporadas, Max quedó sometido en la suma de puntos, algo que cambió en 2018. Las tornas se cambiaron aunque dentro de un balance asumible.

Daniel Ricciardo no ha podido cumplir sus objetivos en la Fórmula 1, aunque se lleva a casa ocho victorias y 32 podios.

Pero… llegó el momento 'Expendable'

No se sabe muy bien si por deseo propio, o por invitación expresa de Red Bull, Daniel Ricciardo entregó su uniforme azul y se fue a engrosar las fuerzas de Renault. Allí la soldada fue generosa, pero ambas partes nunca quedaron del todo contentas. Si el segundo año fue relativamente positivo, el primero estuvo por debajo de las expectativas, y dejaron una foto con Daniel y Cyril Abiteboul, el por entonces director de la escudería, apuntándose mutuamente con el dedo acusador. Huélgalo decir que ambos tardaron poco en salir de esa escena.

El siguiente salto fue hacia McLaren, donde el bienio arrojó una victoria en Monza, pero ni un solo pódium más; el final de este matrimonio tampoco fue el esperado y partieron peras antes de lo previsto. Tras cerrar esa puerta se fue como suplente en Red Bull para no suplir a nadie… hasta que en Alpha Tauri se hartaron de Nyck de Vries, y sentaron en su coche a Ricciardo en mitad de la temporada 2023.

Poco más de un año duró su media sonrisa en el equipo junior de la bebida energética; media porque resultados en mano rara vez superó a Yuki Tsunoda, cuando lo lógico es que lo hubiera arrasado. Hay un razonamiento. Ricciardo es realmente bueno cuando el coche está a punto para él, pero le cuesta modificar sus rutinas debido a sus particulares maneras al volante.

Este vecino de Monaco es conocido por su estilo agresivo, así como por favorecer una maniobra de frenado tardía y generar posibilidades de adelantamiento. A Ricciardo le gusta llegar con más velocidad de la necesaria a los ápices de las curvas para usar la inestabilidad trasera y girar el monoplaza sin perder tracción en la parte frontal. Esto requiere de coches muy concretos.

El resultado es que en su decimocuarta temporada en la F1, y en tras la última prueba del año en que han compartido box, el nipón casi duplica el acúmulo de puntos de Daniel. No solo eso, sino que en el cara a cara el sábado, Yuki se ha impuesto en más ocasiones, tres, y en el mismo número de veces ha alcanzado la zona de puntos más veces que Ricciardo.

La explicación reside en el origen deportivo reciente del japonés. La F2 y la F3 son una enorme escuela de adaptación desde que los calza Pirelli. Sus especiales características requieren de los actuales pilotos un magisterio en reconducción de sus maneras. Esto no afecta —para bien— solo a Tsunoda, sino a la hornada más reciente de pilotos que han pasado por estas categorías y con estos neumáticos; los anteriores no tienen ese plus. Otro ejemplo es George Russell, que parece avanzar donde Lewis Hamilton se atasca, y eso es cuando tienen problemas de desarrollo con el coche.

La meta de los pilotos del equipo raro este, Visa CashApp, no es ganar ni títulos ni carreras. Ni siquiera alcanzar el pódium; es acumular puntos, que el premio dinerario final compense las inversiones y cueste lo mínimo posible a la casa matriz. Si el rendimiento no entra dentro de los cálculos y parámetros estimados, se cambia de bombilla. Así de duro es en un equipo donde bajar a sus soldados más rutilantes a mitad de año es moneda común. Visto desde fuera es una humillación; visto desde dentro es echar cuentas y hacer que el negocio funcione.

Una pauta reconocible

El momento Expendable llegó tras su salida de Red Bull, un equipo ganador en aquel momento. Cuando un piloto que gana carreras, y Daniel las ganaba en ese ciclo, lo hace en dos direcciones: hacia arriba o hacia abajo. La respuesta a la pregunta que flota en el aire es sencilla… si no le reclamó ninguno de los equipos que por entonces peleaban por títulos, como Ferrari o Mercedes, el trayecto tuvo que ser el menos favorecedor.

Daniel Joseph Ricciardo pasó de ser un piloto deseable y destinado a luchar por títulos a un Expendable, un corredor útil pero prescindible en equipos sin posibilidades. No se deja de ser respetuoso por afirmar con las escuderías que acabaron cuartos o quintos durante su paso por ellas, porque esos son los puestos que lograron.

Los que lideran la zona media, no son los destinados a luchar por cosas grandes. Pero esos son los que tienen recursos para comprar los servicios de pilotos solventes, válidos y eficientes, que saben que no van a ganar, y no están entre los que necesitan de ayudas financieras para asegurar sus asientos. Ponen sus manos al servicio de quien los necesite, por norma general, bien pagados.

Que nadie piense que ser un mercenario es malo, feo o reprobable. Es el papel en un guion que les toca a algunos. Hay muchos ejemplos, como Nico Hülkenberg, o Nick Heidfeld. Están porque quieren estar, y no siempre el dinero es el eje de sus decisiones. Daniel Ricciardo dijo no a Toyota para correr con ellos en el WEC, y la pasta era superior a la que le ofrecían en la Fórmula 1. Prefirió quedarse.

El rol jugado por el australiano es el que juegan muchos, y hay ejemplos de corredores muy respetados, sabedores tanto de su valía como de sus escasas posibilidades. Esa es la razón por la que alquilan su tarea, prolongan su carrera deportiva, su meta no es muy ambiciosa, pero su cuenta bancaria se llena de ceros a cambio de hacer lo que les piden; no hay nada de malo en ello, que esto es un negocio para todos y estos se gana su dinero como trabajadores especializados que son.

Ocurre que su ciclo vital como piloto se ha cumplido. Todos llegan y dibujan una campana posada en el suelo. A menos que sean unos genios y tarden algo menos, lo habitual es que se queden con la copla en los dos primeros años, luego crezcan, alcancen el cenit de su crecimiento para recaudar sus mejores resultados, y luego se diluyan. En su caso, resultados en mano —que siempre dependen de los equipos en los que corra—, su trayectoria casa con el patrón reconocible.

Daniel Ricciardo pasa el testigo a Liam Lawson en RB.

Llegó, creció, dejó una pequeña huella deportiva y grande en el corazón de mucha gente, y ahora se marcha para dejar paso a otro que inicie un ciclo vital parecido. No se llevará títulos, pero si ocho victorias, treinta y dos pódiums, tres Pole Positions y una cuenta bancaria que le deja pagada la luz para unas cuantas vidas. Gracias por haber venido, lo hiciste bien y nos divertiste; no dejes desaparecer esa sonrisa, pero ahora toca hacer otras cosas, amigo.

Le gusta que le llamasen Honey Badger. La traducción literal es «Tejón de miel», un animal conocido por su valentía y tenacidad. El palabro se usa en contextos coloquiales para describir a alguien que actúa con audacia o sin miedo, a pesar de los riesgos. No va a arriesgar mucho en sus cenas de Navidad.

Este es un mundo pequeño, y en estas cuitas debe ocurrirle algo similar a lo que le pasa a Max Verstappen: no choca. A nadie que la conversación ronde de forma monotemática sobre un único asunto, y que es fácil de sospechar. Si el neerlandés discute trayectorias y maniobras con Nelson Piquet Sr., el siempre sonriente Daniel puede hacerlo con Gerhard Berger… su pareja es Heidi, hija del piloto austriaco. Todo queda en casa, y todo conectado.

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