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¿Es el motor diésel una estafa?

Hace año y medio que la reputación de los motores diésel no ha levantado la cabeza. El gran público empieza a ser consciente de que no era oro todo lo que relucía, y mucha gente se pregunta si ha sido víctima de una estafa.

8 min. lectura

Publicado: 28/03/2017 20:00

Publicidad del Isuzu Gemini Diesel para Filipinas

Mucha gente se pregunta hoy día por qué los diésel han ganado tanta popularidad para ahora ser todo lo contrario, los malos de la película. El fenómeno diésel es fundamentalmente europeo, a raíz de las crisis energéticas de los años 70 el viejo continente se preguntó cómo podía reducir las importaciones de petróleo, dada su alta dependencia del exterior.

Y el gasóleo se perfiló como una buena idea. Este combustible se estaba utilizando principalmente en vehículos pesados, maquinaria agrícola, calderas, barcos... pero el impacto en turismos era mínimo. Muchos eran los inconvenientes asociados: rumorosidad mecánica, pobres prestaciones, escape humeante, ruido... eso sí, mecánicamente eran muy resistentes, sobre todo los atmosféricos.

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Los hitos tecnológicos de los años 80 y 90 empiezan a hacer los coches con motor diésel cada vez más atractivos por el consumidor. Sí, eran más caros que los gasolina -lo siguen siendo- pero menos sedientos y con un combustible fiscalmente bonificado. Las autoridades incentivaron su uso para consumir menos barriles de crudo mediante una política fiscal que les favorecía.

Pasó lo que tenía que pasar, a las ventajas de fiabilidad, economía y gran autonomía se empezaron a añadir mejores prestaciones y un rodar más fino. La llegada de los turbodiésel marcó un antes y un después, y el matrimonio entre estos y la inyección directa catapultó a los diésel al estrellato.

Al igual que los motores de gasolina, los diésel empezaron a tener sistemas de escape cada vez más eficaces. Del escape libre se pasó al catalizador, la recirculación de gases (EGR), luego al filtro de partículas (FAP/DPF), los catalizadores de NOx (LNT) y la inyección de urea (SCR). Por otro lado, la calidad del gasóleo ha mejorado mucho y lleva menos azufre.

El Diesel fue ecológico... en sueños

Cada sistema nuevo que se añadió al escape aumentó la complejidad mecánica. La fiabilidad se fue resintiendo, pero llegaron a tutear a los gasolina en los segmentos más populares. En diversos países europeos las ventas superaron rápidamente el 50%, raspando el 75% en algunos casos. Los gasolina tardaron en recuperar el terreno. La tendencia ya va marcha atrás.

Reducción esperada de emisiones de NOx en los diésel (rojo) frente a la realidad (gris)

Los principales avances que se han hecho en motor diésel en los últimos años están más enfocados en contaminar menos que a otra cosa. En teoría los fabricantes estaban cumpliendo las normativas anticontaminación europeas, porque lo estaban haciendo en laboratorios siguiendo un procedimiento de prueba obsoleto desde su nacimiento, NEDC.

Al ciudadano corriente le importaba muy poco el nivel contaminante de su coche, es más, los diésel llegaron a lucir en la publicidad eslóganes de ecología porque tienen menores emisiones de CO2 que los gasolina. El dióxido de carbono aumenta el efecto invernadero, pero en realidad no hablamos de un contaminante. Lo hicieron prácticamente todos, no solo Volkswagen.

De haberse respetado las normas Euro, otro gallo cantaría

La excesiva popularidad de los diésel empezó a incrementar la polución a pesar de los avances técnicos, ya que cada vez había más quemadores de gasóleo sueltos. Cuando estalló el Dieselgate, supimos la verdad: Volkswagen hizo trampas, sí, pero su competencia no se quedó corta.

Había sido un engaño colectivo, casi ningún modelo cumple las normativas en la vida real.

En la industria del automóvil esto se sabía, y algún día nos íbamos a dar cuenta. Algunos expertos y académicos alertaron que el sistema de homologación estaba repleto de recovecos e interpretaciones flexibles que pervirtieron los resultados. Para tranquilidad de los fabricantes, no era fácil medir emisiones reales por cualquiera.

Pero los equipos portátiles de medición (PEMS) se han ido abaratando, y cada vez más laboratorios independientes han certificado que la ecología de los diésel es una simple ilusión. Poco a poco empieza a despertar una conciencia ecológica porque toca la salud pública, y porque tocará al bolsillo.

La contaminación es real, aunque más de un obtuso no la quiera ver

A medio y largo plazo los motores diésel sufrirán unas cuantas restricciones circulatorias en las grandes ciudades. La combustión interna va camino del exilio urbano, pero los gasolina han ido un paso por delante en respeto medioambiental. Cada vez más gente no reemplazará su diésel por otro diésel, se plantea alternativas más limpias como los híbridos, los eléctricos o los convertidos a gas.

En su día, el consumidor se preocupó mucho más de las prestaciones, la economía, el valor de reventa o la durabilidad. Factores como la contaminación precupan menos, las cosas como son. Hay muchos casos de gente que ha anulado conscientemente sistemas antipolución para evitar averías, a sabiendas de que está envenenando a sus vecinos.

Durante décadas los diésel circularon a escape libre, los gasolina también, y estos últimos funcionaron con tetraetilo de plomo hasta la llegada de la inyección electrónica y la gasolina "super". Era la tecnología que había. Hoy día hay técnicas para neutralizar la contaminación, pero ¿la desea el cliente si eso implica pagar más por su coche? La cosa cambia. Es muy caro desarrollar motores diésel realmente limpios.

Los fabricantes son culpables. Las administraciones públicas también. Los consumidores son culpables, qué duda cabe. En el momento en que no se han hecho matemáticas, ni se ha hecho caso a los científicos, se ha gestado el desastre. El diésel sobrevivirá mientras goce del favor del público, sea rentable para los fabricantes y los tolere el sector público. Más allá, la verdad es que no tiene mucho más recorrido.

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