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Virutas F1El juego del calamar

Van ataviados con uniformes de colores, llevan un dorsal pintado en el lomo, pelean entre ellos a cambio de una pimporrada de millones, se van eliminando de forma paulatina de una tabla clasificatoria, hay unos comisarios que regulan todo, un manager general que pone orden, unos espectadores morbosos que hasta apuestan dinero y tienen sus favoritos… y llega el momento en que ya no sabes si es la Fórmula 1 o el Juego del Calamar.

El juego del calamar
La Fórmula 1 está sabiendo identificar cuándo y cómo moverse en el mundo audiovisual.

16 min. lectura

Publicado: 29/10/2021 15:30

De lo que no tienes duda alguna es que la popularidad de ambas narrativas ha crecido de manera exponencial gracias a un nexo común, un referente global en lo que a lo de contar historias se refiere: Netflix. Y si Netflix ciertamente no ha cambiado la vida de los calamares sí que está cambiando la de la Fórmula 1, y hay varios motivos para pensarlo. En este Siglo XXI, al igual que un adolescente en pijama con un smartphone barato puede liarla parda en la bolsa de Nueva York, el efecto mariposa digital desencadenado por Drive to survive está modificando el ADN no de la competición sino de cómo se percibe, consume, influye y crece.

El pequeño equipo de la productora Box to Box Films que acude a los circuitos y factorías de las formaciones está formado por apenas cuatro personas. Se cuelan como el gato por los boxes, camiones y en las interioridades de la Fórmula 1, y llevan trozos de la vida de la F1 a casa de cada uno de los más de 200 millones de abonados de Netflix. Su finalidad no es mostrar el deporte, que para eso ya está la señal internacional de FOM TV y las distintas cadenas, sino la vida interna, las cosas que escapan al ojo del que observa lo meramente deportivo. Este espacio que comenzó a emitirse por la plataforma binaria tal día como un 8 de marzo de 2019 agita las almas tanto a sus apasionados seguidores como la de furibundos detractores. Su lenguaje no muestra tanto la realidad como la retrataría un pintor hiperrealista, sino que con frecuencia es exagerada para lograr un mayor efecto dramático.

La F1 es diversa, atomizada y personalizable

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Esa hipérbole audiovisual ha disgustado a un Max Verstappen que se niega a participar tras ver como frases suyas fueron usadas de manera equívoca y fueron recicladas para crear muy buscados impactos teatrales. El holandés es muy dueño de prestarse o no a participar en estos espacios, y en realidad tampoco tiene la necesidad de hacerlo; otra cosa es lo que podrían decir su equipo o patrocinadores. La muestra de que esto viene más bien que mal la tienes en que Ferrari y Mercedes bien que se arrepintieron de no haber participado en la primera temporada, y recularon en su idea ante la extraordinaria ventana mediática repleta de posibilidades que se les abría.

Sí, es cierto, Drive to survive no retrata con precisión las realidades de la Fórmula 1 pero genera algo valioso en extremo en esta tercera década del XXI: emocionalidad, apasionamiento y fanismo (que fanatismo es otra cosa) Cuando se meten en faena los pilotos se suben a sus monoplazas envueltos en Nomex, y cubren su cabeza con unos cascos de carbono que a su vez camuflan con el Halo. Su única capacidad de expresión se limita al contoneo de sus coches en los intentos de adelantamiento si son muy agresivos, o las muy celebradas frases que nos llegan a través de la radio, muy moduladas por la audiocensura de FOM TV. A esto hay que añadir que los equipos atan con correa de a palmo a sus contratados para que los discursos se alineen con la corrección política y lo deseado.

Por todo ello, su imagen pública y su carga personal se refleja con realismo en contadísimas excepciones. Todo ello conduce a lo frío, mecánico e inanimado de las cifras y poco más. Estamos en una época en la que un perdido concejal de provincias puede desatar el adelanto de unas elecciones nacionales en base a la emocionalidad que todo ello desencadena. Por ello es fácil pensar que Drive to survive aporta en este sentido algo que para muchos la competición hace tiempo no es capaz de generar: la pasión, que falsa o no, ha enganchado a cientos de miles, por no decir millones, de aficionados. Los puristas se quejan de «eso no es Fórmula 1 y esos aficionados nos dan igual», pero teniendo razón dentro de su discurso al mismo tiempo se equivocan… porque eso también es Fórmula 1. De hecho según diversos estudios los aficionados radicales, puristas, y seguidores acérrimos de la especialidad son apenas el veinte por ciento del total.

Tráiler de la tercera temporada de Drive To Survive, ambientada en la temporada 2020.

Están los casuales, los seguidores de un piloto concreto, los que siguen una moda, los accidentales, y todos ellos acaban engrosando las cifras que hacen girar el mismo motor; guste o no todos cuentan. La especialidad es tan grande, tan amplia, y tan rica que da para todos ellos. Hay materia para el loco de las estadísticas, para el ingeniero wannabe, para el experto de sofá, para la adolescente enamorada de los ojos de Kimi, para un manager de equipo de Karting, para el millonario aburrido los fines de semana, para el majara maravilloso que retransmite cada carrera en un chat entre amigos, o para el que tiene un canal en Twitch y se devana los sesos en abracadabrantes análisis que ven media docena de personas… La F1 es diversa, atomizada y personalizable. Es un mundo, un planeta complejo que satisface a muchas miradas y muchos expertos olvidan que un día fueron unos denostados compragorras que accedieron a su deporte favorito porque se emocionaron de la misma manera que hoy muchos se están topando con ella gracias a Drive to survive.

Los de Liberty Media, los amos del cotarro, tienen especial interés en satisfacer y seducir al público norteamericano, y esto es algo que muchos radicales de la pureza echan en cara a la teleserie, docudrama, o teatroracing, llámalo como quieras. Los yankees tienen un país tan grande, con tantas opciones y con un mercado del entretenimiento tan masivo y bien comercializado que la Fórmula 1 es allí una gota en el mar. Sin pilotos norteamericanos brillantes en las últimas décadas, ni un equipo potente que lleve sus barras y estrellas pintadas en el lomo, en teoría les atrae tanto como en España la liga hindú de cricket y sin embargo han pasado varias cosas interesantes. En 2018, el último año en el que Drive to survive aún era un proyecto ofrecido a Red Bull, la asistencia al gepé USA fue de 264.000 pares de ojos. El fin de semana pasado la cifra aportada por la organización fue de 400.000 visitantes durante todo el fin de semana en un incremento algo superior al 50% durante ese periodo. De forma paralela la audiencia acumulada de las carreras a través de ESPN ha crecido un 50% desde el año pasado para este, un incremento extraordinario teniendo en cuenta que no hay representación local en la parrilla.

Que las gradas estuvieran abarrotadas y no entrase ni un alma más, demuestra en la práctica el porqué de «no hay billetes» colgado en sus taquillas desde semanas antes del evento. Con entradas desde 42 euros por ver los entrenos, y hasta los 472 de la grada principal el papel se agotó. Pero no solo eso, sino que se llenó hasta la bandera el aparcamiento interno a 60 pelotes por coche, el servicio de helicópteros no paró de llevar gente en todo el día, y si quieres servicios VIP tipo Paddock Club para 2022 ya hay lista de espera. Tendrías que ver las caras de circunstancias que pusieron los dependientes de las carpas de merchandising de su zona comercial cuando se quedaron sin gorras pero no de Ferrari… sino de Red Bull. Las agotaron, no quedó ni una. De manera tradicional son las rojas gorras las que suelen volar de estantes y expositores, y allí los austriacos no solo dejaron atrás a los de Maranello sobre el asfalto sino también fuera de él. Ya es casualidad que los vencidos, el equipo más carismático y exitoso de la historia, fuera una de las dos formaciones que no quiso enseñarse en la primera temporada de Drive to survive.

Del impacto de este producto audiovisual hablan otras cifras como es el extraordinario crecimiento entre el universo de aficionados tanto de mujeres como, y esto es muy importante, de niños. Todos los deportes, todos, están sufriendo con la digitalidad, todos. En Estados Unidos las cifras del deporte rey, el béisbol están en caída libre, algo que de manera menos acusada pero sí de forma notable se está notando en el resto de especialidades que antes campaban a sus anchas. Sin ir más lejos el fútbol en Europa tiene verdaderos problemas para enganchar a menores de 25 años. Contra todo pronóstico la afición por la Fórmula 1 está creciendo de forma exponencial en el país de las hamburguesas. Tras el venidero Gran Premio de Miami, hay más ciudades interesadas como Las Vegas, los de New Jersey están mirando a ver qué tal funciona, y hay una ciudad más al norte que también desea su carrera. Lo único que ha cambiado en la F1 de dos-tres años para acá, básicamente, ha sido Liberty y su forma de abrirse al mundo.

La categoría le debe mucho, muchísimo a Bernie Ecclestone, pero cuando salió del negocio se fue dando voces y afirmando que «habían convertido su restaurante de la guía Michelin en un McDonalds». Sí, es posible, pero es que el mundo ha cambiado. Bernie decía que había que tener en cuenta de donde salía el dinero que te daba de comer y llevaba razón… entonces. Hoy hay dos claves en todo esto: el advenimiento de Internet y la progresiva desaparición de las clases medias. Ecclestone quería vender Ferraris, Rolex y yates de lujo a su clientela VIP pero olvidaba que el núcleo duro de sus ingresos eran el canon de los circuitos basados en las entradas vendidas en taquilla y el pago de las televisiones que abonaban ante el número de telemirones. Ahí los ricos no hacían bulto sino que eran, y son, las clases medias las que hacían funcionar la maquinaria, que eran los que pagaban entradas y hacían crecer los números de audiencia de las cadenas. Por otro lado hace años todo esto era fácil. Sin apenas competencia la gente te miraba sin más, pero llegó Internet, la tarifa plana de datos, la fibra de muchos megas y ahora la competencia no son ya otros deportes. Es Netflix, HBO, Twitch, YouTube, Tik Tok, los podcast, etc; todo se ha atomizado, diversificado, la tarta a repartir tiene cientos de pedazos en lugar de una decena.

Ahora no basta con montar el chiringuito y esperar a que vengan a mirarte, sino que tienes que ir a la caza de tu clientela allá donde estén, y los caladeros de posibles aficionados están con la cara pegada a sus pantallas. Liberty abrió la mano a unas redes sociales que Bernie detestaba «porque no se movía dinero a través de ellas» y es que comprendió mal su significado básico: que se esté hablando permanentemente de su negocio, el sino del comercio del Siglo XXI.

Drive to survive puede que no retrate una Fórmula 1 realista, pero da que hablar, y gracias a ese ruido de fondo es uno de los pocos deportes a nivel global que está subiendo en número de aficionados… mientras que se disipan los del resto de deportes analógicos y una de sus claves mediáticas es que ningún otro deporte tiene un Drive to survive. Si no te gusta, no lo veas, pero el empujón que está dando en espacio a la renovación generacional de aficionados, su comercialización, su manera de llegar a la gente, y su percepción general no resta nada al producto primigenio y sin embargo le ayuda a crecer. Que la tinta del calamar no te impida ver los árboles… que están creciendo.

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