Por qué ya no disfrutamos conduciendo (aunque los coches sean mejores)

Vivimos la mejor generación de coches. Coches con las mejores cifras de rendimiento, consumo, autonomía... Coches con la última tecnología y el máximo aprovechamiento, pero aún así, no se disfrutan tanto como lo hacían sus antepasados.

Por qué ya no disfrutamos conduciendo (aunque los coches sean mejores)
Hoy casi todos los coches se parecen. La economía de escala ha matado la pasión.

10 min. lectura

Publicado: 18/11/2025 08:00

En los últimos 15 años los coches han evolucionado más que en los últimos 50 años. Históricamente, el sector de la automoción ha vivido momentos puntuales de evolución. Cambios lentos provocados por la aparición de una novedad de ingeniería o civil. Las dos grandes guerras mundiales vividas en el siglo pasado fueron parte imprescindible de ese camino. Hoy, en cambio, las novedades se suceden rápidamente. Cuesta seguirle la pista a cada nuevo lanzamiento y/o evolución. Tenemos los mejores coches de la historia, pero no los disfrutamos.

La gran pregunta es: ¿cuándo disfrutamos más de la conducción? Los años 70 y 80 estuvieron marcados por la crisis del petróleo, por la guerra de Vietnam y por una lenta progresión técnica. Muchos son los coches que se lanzaron al mercado, pero pocos los que dejaron huella en nuestras vidas. Muchos de ellos desaparecieron sin dejar rastro. Sin demasiada potencia, con diseños y colores aburridos y una notable falta de pasión. No todos, obviamente, pero sí la mayoría.

No es necesario montarse en un McLaren para sentir la deportividad, aunque ayuda.

En cambio, la década de los 90 siempre será recordada como la década que marcó la vida de muchos conductores. Fue la década en la que la economía se liberalizó. La década donde, a pesar de las guerras, el mundo supo aprovechar el esfuerzo y la libertad cosechados en años anteriores. El dinero corría por doquier y la industria del automóvil, posiblemente, vivió su última gran época. Hoy, podríamos decir que la industria sigue viva y activa, pero las sensaciones no son las mismas. Los coches no son los mismos.

Es imposible contabilizar los coches de los 90 que dejaron su huella en la historia del mundo del motor. Leyendas como el Opel Calibra, el Volvo 850R, el Volkswagen Corrado, el Saab 9000, Lancia Delta, el Porsche 993 o el mismísimo McLaren F1. Fueron los años del Renault Clio, o del Twingo, del Smart Fortwo, del Lamborghini Diablo, del Honda NSX o del Alfa Romeo 156. Incluso del controvertido y nada agraciado FIAT Multipla. Daba igual la marca siempre había al menos un modelo con el que disfrutar al volante. Hoy, en cambio...la sensación no es la misma.

Los economistas han tomado las riendas de las marcas al 50%. El otro 50% está condicionado por Europa y sus normativas de emisiones y/o seguridad. Antes los coches tenían menos potencia, pero corrían mucho más. Cada vez son más grandes, más pesados y menos emocionantes. Sin ir más lejos podemos poner el ejemplo del BMW M5. La berlina deportiva por antonomasia hoy pasa de largo ante la mirada de cualquiera. Convertido en un coche familiar de gran rendimiento anuncia una potencia increíble, pero da igual. Nada superará al M5 con el V10 de BMW.

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Más cilindros, más diversión. Menos peso, mejor conducción. Dado el peso y la potencia de los coches de hoy necesitan echar mano de asistentes y ayudas electrónicas para mantener controlada tanta masa. Esas ayudas te generan una contradictoria sensación de control. Te crees que eres mejor conductor de lo eres porque es el coche, la electrónica, lo hace todo detrás del telón. Quitar los asistentes es una maniobra de peligro y gran insensatez a la hora de circular por carreteras abiertas. En ningún caso lo recomiendo, aunque también reconozco que antes también se corría sin esas ayudas.

Históricos como el M5 hoy levantan pocas o ninguna pasión.

Hace no mucho tiempo te conté cuál es para mí la mejor cifra de potencia posible. Habita en el entorno de los 200 o 300 caballos. No es necesario más para disfrutar. De hecho, más no quiere decir mejor en este sentido. Pocos son hoy los coches con los que se puede disfrutar. ¿El mejor? Para mi el Toyota GR86. Un coche de la vieja escuela que bien podría haber nacido en los 90. Al menos su filosofía es de esa década. Nada de electrificación, poco peso, motor atmosférico, cambio manual y tracción trasera. Tan sencillo como eso. Suficiente para pasar interminables horas de diversión al volante.

Mires donde mires los coches de hoy son imposibles de comparar con los antiguos. No solo me refiero a la electrónica y a la electrificación. También hay que hablar de la gran evolución sufrida en materia de suspensiones, frenos y plataformas. Pocos coches de hoy presentan defectos importantes a la hora de conducir. Todos van, más o menos igual, con excepciones evidentes firmadas por familias como RS, AMG, M, R, GTI o semejantes. A pesar de ello, esas variantes extremas se asientan sobre las mismas plataformas que utilizan los modelos 'corrientes'. Pero es la idea de prostituir esas siglas por otras más modernas adaptadas a lo eléctrico, como GTX de Volkswagen o GSE de Opel. Imperdonable.

Las marcas se empeñan en prostituir sus siglas deportivas en coches eléctricos.

El uso compartido de plataformas también ha reducido la emoción al volante. Antes, los ingenieros de una marca podían marcar la diferencia con sus propios elementos y conocimientos. Hoy, toda la industria pivota en torno a unos pocos conglomerados que utilizan los mismos productos en un interminable abanico de coches. El uso de plataformas compartidas ha obrado milagros a la hora de hablar de economía de escala, en cambio, ha supuesto un enorme lastre a la hora de hablar de sensaciones.

Antes era más fácil encontrarte un coche diferente. Lo normal se ha convertido en extraordinario y lo emocionante en aburrido. No me cabe ninguna duda de que vivimos la mejor generación de coches de la historia, pero tampoco me cabe ninguna duda que vivimos la peor generación de coches de la historia. He probado muchos a lo largo de mis más de 12 años de experiencia en la industria. Casi todos lo que hay en el mercado y cada vez son menos los que me generan un recuerdo positivo, alegre o diferente. La llegada de coches chinos tampoco va a solucionar ese problema. Al contrario.

Lo va a agravar. Los chinos fabrican mucho y muy deprisa. Saben copiar perfectamente cada detalle, pero no saben hacer coches que te enamoren. Todos son iguales, por fuera, por dentro y tras el volante. Coches planos, aburridos en su mayoría que aportan poco o nada. Porque al fin y al cabo no se trata de los componentes que formen un coche. No se trata solamente de la suspensión, del volante, del motor o de los frenos. Se trata de cómo esos componentes son tratados para generar el mayor agrado posible. Hoy no se busca agradar ni apasionar, se busca vender y punto.

Las cifras que importan son las de emisiones, las de autonomía y la de cuántas pulgadas tiene cada pantalla. El problema al que se enfrentan las marcas es que sus coches no levantan pasiones. Pocos son los coches nuevos que adornan las carpetas de los adolescentes. No hay emoción tras cada lanzamiento. No hay pasión tras el volante. No hay futuro para la pureza. El coche se ha convertido en lo que siempre ha sido. Un objeto para transportarnos de A a B. Antes era un miembro más de la casa. Un baúl de recuerdos de viajes imborrables. Ya no. ¿Son mejores? Si, pero a la vez son infinitamente peores.

La cada vez mayor presencia de marcas chinas empeora la situación.

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