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La Fórmula 1 nunca ha sido un negocio de tiesos, pero si antes era de ricos, ahora lo es de milmillonarios. El ejemplo perfecto es Toto Wolff. No, no era pobre cuando llegó al paddock más lustroso del planeta.

Pelotazo F1
La Fórmula 1 se ha convertido en un gran negocio para sus protagonistas.

11 min. lectura

Publicado: 21/07/2023 11:30

Según la revista Forbes, el valor de su patrimonio ha crecido desde 1.000 a 1.600 millones de leuros desde el pasado marzo. No existe negocio legal en el mundo capaz de crecer un 60 % en cuatro meses. Si hubiera invertido la cantidad inicial en diamantes, oro, o criptomoneda, le daría para una buena cena, dar la entrada de un deportivo, o acabar de pagarse el piso de soltero, pero no seiscientos millones. El jefe de Lewis Hamilton ha ganado en el mismo periodo más que Netflix, con 220 millones de clientes en todo el mundo, así que imagínate el conjunto de la Formula 1.

La cúspide de la velocidad se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos de esta tercera década del XXI. Hace apenas diez años, las escuderías se abandonaban, como un Ferrari con letras pendientes en pleno desierto de Dubái. Eso, o se vendían por una libra, como cuando Honda traspasó los trastos a Brawn. Al año siguiente todos pensamos que Ross, uno de los grandes zorros del paddock, había pegado un pelotazo del quince por colocar su escudería a Mercedes a cambio de 155 millones. Qué inocentes. Según Forbes, ese equipo —actual Mercedes— vale hoy 3.800 de dólares; ha multiplicado su valor por 25 en trece temporadas. No hay un negocio igual en todo el planeta, o no, al menos que no te pueda llevar directamente a un talego durante años.

La F1 en menos de ocho años va a duplicar su facturación

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Por eso cuando llega la hora de darle un meneo a la parrilla, de admitir nuevos comensales en este menú del caro, unos se frotan las manos y otros fruncen el ceño. Nunca llueve a gusto de todos cuando hay que repartir los cuartos entre más, y de ahí la catarata de excusas —algunas bastante peregrinas— para no admitir a más equipos en la Formula 1. Liberty Media le metió en 2017 un desfibrilazo a la categoría, y la reinició hasta el punto de que está cambiando sus pilastras más añejas. Esto se ha convertido en otra cosa, ha mutado a algo distinto desde el punto de vista empresarial. Más grande no significa mejor, pero si eres mejor, te sueles hacer más grande. La F1 en menos de ocho años —de manera presumible en 2025—, va a duplicar su facturación desde el año del cambio de manos, con un crecimiento espectacular.

Pero… ¿qué pasó la última vez que llegaron invitados? 2009 fue un año muy chungo en la economía mundial, y esto tuvo su eco en la categoría. BMW, Toyota, Honda y Renault —como escudería— desaparecieron. Para evitar que la parrilla se quedara pelada, FIA abrió la mano a tres nuevos contendientes. Los tres llegaron con el problema básico en este negocio: falta de los recursos necesarios. Como consecuencia de ello, antes de que pasase un lustro ya eran historia. El amo de Virgin no se rascó el bolsillo en la medida de lo requerido o no encontró los fondos entre sus amiguetes, y el malayo Tony Fernandes se hartó de soltar guita sin verle color. Caso similar, pero digno de estudio, fue el del extinto equipo Campos Meta.

El desaparecido Adrián Campos logró una de las franquicias en 2010. Bien que lo celebró en el restaurante Ramsés de Madrid, justo frente a la Puerta de Alcalá, a la que los vecinos impidieron que el Red Bull de Checo Pérez llegase en su reciente exhibición callejera. («Es que hace ruido», adujo el respetable, y los energéticos recortaron la cabalgada del mexicano). Campos delegó en la marketiniana agencia Meta la tarea de encontrar el dinero… que no encontró. José Ramón Carabante, un empresario murciano de la construcción, tenía metidos unos diez millones —y uno Pau Gasol, entre otros—, vio que aquello se les estaba yendo al cuerno. Hablaron con Bernie Ecclestone, y les echó un cable para que el conjunto no cayera en el descrédito.

Las celebridades saben que la Fórmula 1 se ha convertido en una gran plataforma publicitaria.

El empresario británico siempre ha afirmado que ‘si quieres ganar una fortuna en la Formula 1, tienes que venir con una gran fortuna’, o sea, con mucho dinero. Carabante trajo una fortunilla, aquello avanzó poco. La empresa del murciano fue a la quiebra, y la embargó el Banco Popular. Los banqueros no supieron muy bien que hacer con aquello, le pasaron los chirimbolos a Thesan Capital, conocedores de temas relacionados con la bolsa, pero el experimento no salió. La historia es mucho más larga y repleta de recovecos, pero al final del final, equipo desapareció y la licencia se disolvió en el aire como cuando estalla una pompa de jabón. ¿Qué ocurre cuando sales de la piscina? Que el agua ocupa tu hueco, y de los que quedaron solo les echaron de menos aquellos a los que debían dinero. Pregunta en Cosworth, a ver que te dicen…

Una vez extendido el parte de defunción, nadie quiso hacerse cargo del cadáver de la escudería. Los restos no se incineraron, sino que se repartieron entre el complejo La Cigüeña, en Arganda del Rey, donde puedes celebrar tu boda en uno de sus motorhomes, el equipo MP de Formula 2, y la colección de Teo Martín. Tirando por lo bajini, y de acuerdo con los cálculos de Forbes, esa licencia con su equipo de carreras adjunto, podría costar hoy no menos de 800 millones de euros. Muchos inversores de corte empresarial se deben estar tirando ahora mismo de los pelos porque hubieran pegado el pelotazo de su vida de haberse hecho con ella a cambio de peladillas.

Y es justo esto lo que para nada desean ni los actuales equipos, FIA o Liberty Media… que llegue alguien, y que se marche en un tiempo con el bolsillo repleto. Oportunistas y espabilaos ha habido siempre, y aunque el aficionado medio vea velocidad, emoción, tecnología, pilotos famosos, y adelantamientos, todo ello, absolutamente real, no es más que la palanca que mueve un negocio que lo cubre todo. Sería un triste espectáculo ver llegar a nuevos actantes y verlos desaparecer dentro de unos años, aduciendo que esto les venía grande, pero con una maleta repleta de billetes de a 100.000 euros.

Cuando se firma el entry, hay unos propietarios que se hacen cargo de los trastos. Luego, esos que tienen las llaves, hacen funcionar el negocio con dinero de socios, inversionistas, y patrocinadores. Si a día de hoy Aston Martin vale unos 1.375 millones de dólares, no es una locura pensar que en cinco años pueda costar el doble o el triple. La ecuación es sencilla: usas la pasta ajena para ver cómo crece tu jardín, esperas un poco, y te largas en un lustro con el riñón cubierto hasta la tercera generación de tus herederos. Puede que nadie llegue con esta idea en mente, pero es una posibilidad tan factible que parece hasta un plan facilón para el más zoquete de los empresarios.

Nadie quiere ver desfilar a especuladores con un escenario que no se había dado nunca en la Fórmula 1. Recuerda a los mejores tiempos del ladrillo, el Bitcoin, o los gloriosos domingos del Euromillón. Llegas, estás un tiempo, aguantas unos pocos chaparrones, y te largas para pegarte la vida padre. Es la oportunidad perfecta para aquellos que quieran medrar, y salgan por la puerta con la cabeza baja, y diciendo «vendemos a la marca tal, porque no estuvimos a la altura, no entendimos el calibre de la aventura». Una vez la cara colorá, y luego una vida de traca valenciana.

Esto es una posibilidad, y a pesar de ellos, de que la FIA sepa que lo es, entregará uno, o puede que dos espacios nuevos en la parrilla antes de que llegue el otoño. Los Andretti y HiTech parecen los mejor colocados, aunque no hay una decisión tomada todavía. Garantías. Quien garantías. Nadie las puede exponer con solvencia absoluta, a menos que tengas detrás a una entidad de bolsillo infinito, reconocible, con historial, y cabezas visibles. Esto sí pueden ofrecerlo las marcas de coches, por ejemplo. Se puede volver a empezar con lo que se sufrió en 2009: llega una crisis, y pliegan velas, aunque ahora esto ya no es marketing o publicidad, sino un negocio muy rentable. Y habiendo dinero a ganar, ¿qué más da el resto, verdad?

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