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Virutas F1Hill Street Blues

«Canción triste de Hill Street» fue una popular serie que contaba los vaivenes policiacos y humanos de un grupo de maderos neoyorquinos. En realidad se trataba de una traducción torpe de Hill Street Blues, el blues de Hill Street. Aquellos agentes iban de azul, como los federativos de nuestras carreras favoritas.

Hill Street Blues
Michael Masi, director de carrera en la Fórmula 1.

20 min. lectura

Publicado: 28/05/2021 15:30

Y es que en los despachos de las carreras también hay canciones tristes, de hecho gran parte de la vida de los rectores de la velocidad, los verdaderos ministros de las prisas, ocurren cosas que los hacen humanos. Desde casa discutimos y peleamos sus decisiones, pero la realidad es que no solo detentan el poder de pitar penalti a pilotos y equipos, sino que tienen toda la información para poder juzgar debidamente. Los telemirones solo disponemos de una pantalla con una anatomía más o menos generosa, pero ellos cuentan con las telemetrías, posicionamiento GPS, un batallón de marshalls desparramados por la pista, las transmisiones de radio completas, cientos de cámaras de F1 TV, las del propio circuito, y la potestad de someter a jefes de equipos y pilotos a un tercer grado con tal presión que hasta Kimi Räikkönen sería capaz de cantar una copla de Camarón junto a Tomatito y sombrero cordobés calzado en la testa.

No solo ocurren cosas a pie de pista, también los de las camisas celestes tienen sus movidas. Aquí ya hay dos niveles y existen algunos —no todos—, en la zona alta del ecosistema reglamentario, que cobran por su tarea y son por norma general los directores de carrera, algún comisario deportivo o técnico federativo. Si además tienen atribuciones internacionales debido a su nivel pueden cobrar por parte de los promotores de la prueba en la que participen, y casi todos ellos han sido cocineros antes que frailes. El tipo que hace hoy de Clerk of the Course en el Gran Premio de España (y así hace desde hace casi dos décadas) empezó agitando una bandera en la salida a pista en 1991; ingresó en esta aventura tras ver un anuncio del circuito en El Mundo Deportivo. Desde principios del XXI ha sido la mano derecha en Montmeló de Charlie Whiting y ahora lo es de Michael Masi.

«Ya está, debe ser para eso, porque salen por la tele en la entrega de trofeos y no tienen una»

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En la pirámide de poder en una carrera de Fórmula 1 hay dos figuras que pueden llegar a confundirse si se maltraducen sus definiciones. Existe el Race Director, que a día de hoy en la máxima categoría es Masi, y luego está el Clerk of the Course, que en el Gran Premio de España es el abogado barcelonés Xavi Boné. La diferencia entre uno y otro es que el primero es un responsable permanente, ‘presidente de la prueba’, que presente en todas las citas del calendario se dedica a decidir cosas y dar coherencia a la aplicación del reglamento, el poder legislativo. El segundo es el reconocido en nuestro país como ‘director de carrera’, pero que deviene en el ‘apañao local’, mano ejecutora y el que coordina a todos los oficiales de la carrera en cada uno de los circuitos. El aquí llamado director de carrera es el que conoce la organización de facto, el que comanda a los comisarios, bomberos, ambulancias y marshalls, así que es a fin de cuentas las manos de Masi, el poder ejecutivo.

Boné, un tipo elegante, parco en palabras y de permanente sonrisa giocondesca habla de manera pausada, mira fijamente a los ojos tras sus gafas doradas de notario, y si está sentado suele tener sus antebrazos posados en ese ángulo que se crea entre la zona baja del pecho y las piernas. Si necesita afirmar algo con vehemencia tan solo acciona su brazo derecho, que mueve despacio, y pone su mano abierta sobre la mesa tocándola solo con las yemas de los dedos dejando la palma en suspensión. Una suspensión no le cayó en su estreno, pero es justo lo que temió el día de su estreno como Clerk of the Course… para pagar la novatada.

De izquierda a derecha, Marcin Budkowski, Laurent Mekies y Charlie Whiting, en su momento la máxima autoridad en cuestiones técnicas de la FIA. Ahora el primero es director ejecutivo de Alpine, el segundo es director deportivo de Ferrari y el tercero ha fallecido.

A principio de la primera década del siglo se enfrentaba en su debut como responsable de la prueba a su cargo y se deshacía en detalles operativos para agradar a los visitantes. Puede que les hayas visto por televisión, pero puestos al lado de un federativo de FIA, generalmente gente de cierta edad, serios, circunspectos, rígidos y en su mayoría de origen francés o británico, imponen un taco. Boné no quería por nada del mundo dejar que se fueran con alguna cuita sin resolver, así que puso todo lo que estuvo en su mano para satisfacer no ya sus deseos sino hasta las insinuaciones de sus cejas. En mitad de aquel Gran Premio, con los coches corriendo a toda velocidad sobre el asfalto catalán, de golpe, irrumpió un oficial de un portazo en la sala de dirección de carrera. Aquel tipo se dirigió directamente a él y casi ahogándose tras una previsible carrera previa le espetó una frase en inglés. Tuvo que pedirle una repetición a su emisor porque no se la creía:

—Sorry? What did you... say? —Preguntó tras la aparición de aquel tipo agobiado y resoplante.

—Una corbata, necesitamos una corbata. Pero tiene que ser negra, necesitamos una corbata negra —Aclaró con un fuerte acento escocés.

Boné no perdió la compostura, ladeó ligeramente la cabeza, sus ojos dieron un garbeo por la sala en busca de la explicación que no le dieron, y pensó que estaría llegando algún ministro, el presidente de la Generalitat, o puede que el rey… y nadie le había avisado. «Ya está, debe ser para eso, porque salen por la tele en la entrega de trofeos y no tienen una». «A ver qué hago yo ahora», debió pensar. Echó mano de su teléfono personal y con la prueba en marcha, se olvidó de los coches durante un instante, y se puso manos a la obra para localizar a contrarreloj una corbata negra en el circuito. A alguien se la tuvieron que arrancar del pescuezo, porque allí había una corbata negra a los pocos minutos. Cuando aquel tipo salía apresuradamente de la sala al bueno de Xavi se le ocurrió preguntar, por curiosidad:

—Oye, ¿Y para quién es?

—Ah, sí. Es para un camarero del Paddock Club, que se ha manchado y a Bernie (Ecclestone) no le gusta que los camareros vayan manchados. —Respondió con alivio aquel tipo, que desapareció de la escena tal y como llegó.

Aprendió aquel día una lección: preguntar para qué, aunque solo sea por aplicar una escala de prioridades. Peor fue lo del gato, y aunque hayan pasado ya casi dos décadas, Boné se va cada noche a la cama con la misma duda: ¿qué fue lo que pasó realmente aquel día? Porque casi veinte años después aún no lo sabe, es uno de los grandes Expedientes X de su vida.

Gran Premio de España 2002. Jornada inaugural de entrenos libres del meeting. Charlie Whiting preside y su sonrisa amable no quita el rigor con el que trataba estas cosas. Tiene un ojo puesto en las pantallas y el otro en nuestro hombre, que nota las toneladas métricas de presión sobre sus hombros. A la media hora de arrancar alguien dice: «¡Bandera roja, hay que parar esto!». Boné pone los ojos en blanco y hace la pregunta. La respuesta es: «¡Alguien ha visto un gato cruzando la recta!». La mano invisible de un Darth Vader vestido de celeste y con el logotipo de FIA bordado en el bolsillo de la camisa le aprieta el gaznate y le impide el habitual tránsito de aire durante un instante. Su diestra parte como el rayo hacia una radio para preguntar a sus chicos en la calle de boxes:

—Oye, ¿qué es esto del gato? ¿Alguien lo ve? Por las pantallas no tenemos nada.

La radio crepita y encuentra una respuesta que le hace levantar las cejas de forma visible.

—Sí, creemos que es un gato que vive por aquí, por el paddock. Está sordo y pasa completamente de los coches y de todo. —Le explican por la Motorola negra.

Whiting, con gesto adusto y cara de póker suelta una granada de fragmentación en la sala.

—Estoy muy defraudado. Esto no tenía que estar ocurriendo. Todo esto debería estar bajo control y no lo está.

Un escalofrío recorre la espalda del barcelonés. Traga saliva. Asiente con la cabeza y no se atreve a decir ni una sola palabra. Nadie más pudo ver al gato, y todo se reanudó a los pocos minutos. Boné estuvo sin respirar la hora y media restante que quedaba de la sesión. A media tarde Whiting fue a verle a su despacho, donde Xavi estaba poco menos que tomando oxígeno desde una botella presurizada tras el esfuerzo. El británico le extendió una caja de plástico y le dijo: «No te preocupes más por el gato, lo hemos encontrado». El recepcionario de la caja la abrió y dentro había… un gato. Pero no era un gato cualquiera. Era una botella de ginebra en forma de gato. Había sido una broma de los comisarios de FIA. Desde aquel día Boné jamás ha tenido un gato en su casa, y sigue rascándose la cabeza al pensar si el gato aquel existió en realidad alguna vez. Tampoco hay prueba alguna de que se la devolviera al desaparecido Whiting, pero hoy le echa de menos.

Charlie Whiting, junto a un grupo de pilotos en el Gran Premio de Brasil de 2016.

En la actualidad y al contrario que su predecesor, Michael Masi no activa los semáforos de salida. El australiano estaciona su cuerpo en la sala de dirección de carrera y remite esta función a un tipo alemán, de nombre Michael Brill. El salidólogo oficial es un técnico en instalaciones que obedece órdenes por radio desde dirección de carrera. Antes había una fila de marshalls con un ‘ChupaChups’ que emergía desde los muros laterales en la parrilla, uno por cada coche. Si los encargados de velar por su posición estaban de acuerdo con ella, asomaban su lollipop, desde la posición elevada los veían, y esperaban el paso del señor con la bandera verde al final de la fila con el mensaje visual de «el último coche está en su sitio». Ahora es igual pero los ChupaChups se han cambiado por unas pantallas LED amarillas que se ven mucho mejor. Una vez cumplimentado todo este proceso, Masi ordena apagar los semáforos rojos y es ahí cuando se desatan todos los infiernos, los motores parece que van a estallar y las veinte máquinas catapultan a sus tripulantes hacia una visita al hospital a menos que frenen antes de llegar a la primera curva.

A Charlie Whiting le gustaba dar la salida, disfrutaba de ello, y el procedimiento hacía pocos años era similar pero no igual. Minutos antes de apagar los semáforos se bajaba desde la torre de control, se encaramaba a su atalaya situada sobre el muro, y abría la tapa que cubría todos los mandos de las diversas operaciones. En una ocasión se dirigió a su exclusivo mirador un poco justo de tiempo y a falta de apenas minuto y medio de la salida… ¡¡HORROR, SE HABÍA DEJADO EN SU DESPACHO LA LLAVE DE LA TAPA!! La radio se volvió loca y el chillerío y saltos en los asientos que se lió en dirección de carrera fue de órdago: «¡¡¡LA LLAVE, LA LLAVE, QUE ALGUIEN ME BAJE LA LLAVE!!!¡¡¡LA LLAVE DE LAS LUCES, ESTÁ ENCIMA DE MI MESA!!!». Alguien salió como un obús atravesando pasillos como si de un oso polar con hambre se tratase, abrió la puerta de aquel despacho de una patada y recogió aquel pequeño pedazo de metal atado a un largo llavero de tela roja de estilo aeronáutico mientras los coches que lideraban la prueba estaban ya en sus puestos.

En ese momento se celebraban dos carreras: la de los últimos monoplazas llegando a parrilla y la de aquel tipo, llave en mano, que bajaba los escalones de ocho en ocho para poder dar la salida oficial a la prueba. Fue una de esas escenas que se ven en las películas de James Bond, de esas en las que la bomba no explota a 007 segundos de estallar. La llave entró en la cerradura, los semáforos se apagaron, los coches salieron, y Charlie miró al suelo negando con la cabeza mientras el enjambre de monoplazas avanzaba a toda velocidad por la recta de meta. Alguien le oyó mascullar entre dientes: «Otra como esta y me matáis del disgusto». Desde aquella jornada de taquicárdico recuerdo Charlie Whiting pedía la llave nada más llegar al circuito y se la colgaba del cuello como si de una medalla de la virgen se tratase. Se cree que hasta dormía con ella colgando.

«Desde aquello, Charlie Whiting pedía la llave nada más llegar al circuito y se la colgaba del cuello como si de una medalla de la virgen se tratase»

Cuando un Race Director llega a cada circuito suele tener un pequeño ejército de unos trescientos soldados a sus órdenes, y si alguien podría contar historias es precisamente alguien que se acaba de jubilar en el Gran Premio de Mónaco: Colin Haywood. Este británico ha sido el segundo de a bordo con cuatro directores de carrera: Whiting, el actual Masi, Roland Bruynseraede y el año que estuvo Roger Lane-Notte. Este último fue con anterioridad el comandante de la flota de submarinos de su majestad la reina de Inglaterra. Pasó de tener a sus órdenes submarinos nucleares a un semáforo de colores. Pero para colores los de Roberto Nosetto. Este turinés, ya fallecido, fue en los años 70 director de la escudería Ferrari, más tarde dirigió el circuito de Imola, y estuvo involucrado en la dirección de carrera del actual MotoGP y el campeonato de Superbikes. Nosetto era el hombre verde. Sus tirantes eran de color semáforo abierto, la libreta donde tomaba nota de todo en tinta verde tenía las tapas verdes, verde eran las uñas de su inseparable esposa Renata, y en su honor en el circuito del Jarama pintaron de verde la sala de reuniones donde solía sentarse cuando por allí aparecía. No deja de ser paradójico que este señor fuera durante años el que apagaba y encendía los semáforos de una retahíla interminable de carreras… Es obvio que los semáforos que más le gustaban no eran los rojos, sino los que permitían que todo estuviera vivo.

Van de celeste, su color es azul, a veces se ponen amarillos, su color favorito es el verde y velan por que nadie se salte el rojo. Pantone aprendió de ellos. Nosotros también.

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